Leer cambia la vida

La lectura no sólo proporciona información, sino que crea hábitos de reflexión, análisis, esfuerzo y concentración, aumenta el vocabulario y mejora la expresión oral y escrita.

Un libro no es sólo un producto, y el lector no es sólo un consumidor. Las lecturas condicionan nuestro modo de pensar; y éste determina nuestra forma de vivir; por eso, es fundamental elegir bien. Las decisiones en este campo no son actos moralmente indiferentes, porque las consecuencias no lo son. Hemos de ser selectivos al elegir nuestras influencias. Seleccionar lo valioso, lo que merece la pena, lo que es coherente con mis convicciones. La producción editorial es muy amplia. No todo es valioso y útil. Hay que saber elegir pues la vida es corta.

Francis Bacon afirmaba que «la lectura produce personas completas; la conversación, personas dispuestas, y la escritura, personas precisas». Es mucho más fácil comprender el mundo, a los otros y a nosotros mismos, después de haber leído El Quijote, o a Shakespeare.

El encuentro con un libro supone para millones de personas el umbral de entrada al mundo de la verdad, de la belleza y de la libertad. Más aún, la vida del mismo Dios nos ha sido narrada en un libro.

Cada uno es responsable de cómo alimenta su inteligencia: lecturas, películas, programas de radio o TV, escenas de Internet, tipo de música, etc. Hay libros que atacan la fe y la moral. Decía el Crisóstomo: «entregadlo todo antes que la fe, aun cuando fuera menester perder las riquezas, el cuerpo, la vida misma. La fe es la cabeza y la raíz. Si ésa se conserva indemne, aun cuando todo lo pierdas, todo lo recuperarás más espléndidamente» (San Juan Crisóstomo, In Matth.homiliae, 33, 2).

Los libros ocupan un lugar fundamental en la vida cultural de los hombres. Los argumentos, historias, ejemplos y metáforas que aprendemos en los libros llenan de razones y de palabras nuestro andar diario. En los libros aprendemos a transmitir conocimientos, a compartir experiencias. En particular, los grandes libros ayudan a comprender con mayor profundidad el alma humana.

Un educador de nuestro tiempo recomendaba a los adolescentes que leyeran buenas novelas sobre el amor, de ese modo adquieren experiencia de cómo se puede conocer al verdadero amor del falso. Además, el amor de la tierra nos puede hacer vislumbrar lo que es el amor infinito (Luis María Martínez).

Una chica que ha leído 40 historias de amor, tiene ya 40 experiencias, riqueza que no dan las telenovelas. Si advierte que un joven piensa que ama a una joven, pero en realidad lo que siente es mero afán de poseerla, ve que se entrega a un vértigo que la arrastra hacia la destrucción. Esa penosa historia la alecciona para el futuro.

Se ha dicho que la literatura es como un espejo que el hombre levanta ante sí y le ayuda a conocerse. En efecto, las grandes obras de la literatura universal proporcionan un profundo conocimiento del alma humana. Los grandes genios del arte literario son aquellos que han acertado a contar el drama que acontece en el corazón del hombre de todos los tiempos: el amor y el dolor, la miseria y la grandeza y la lucha del corazón.

Quien lee una obra literaria de calidad, se sumerge en su proceso, lo vive como algo propio, como una trama de experiencias constructivas o destructivas que pueden muy bien ser, un día, sus propias experiencias. El lector ve los procesos que puede seguir en su vida. Esta forma de lectura nos enseña a prever, que es la tarea primordial de la formación ética.

“En la ciencia, lea de preferencia los trabajos más nuevos; en literatura haga lo contrario. Los libros clásicos siempre son lo más moderno que encontrará”, escribía el novelista Edward Bulwer-Lytton a un amigo que le consultaba sobre lecturas.

Leer es un ejercicio que ayuda a abrir la mente. Leer nos hace soñar, cuestionar y vivir. A veces se nos olvida que los libros, la cultura y el conocimiento son necesarios para pensar, para ser ciudadanos y para actuar en pro de una mejor convivencia. Vivimos aun en la cultura del empirismo, esa doctrina que admite que la fuente del conocimiento es la experiencia personal. Somos ciudadanos de apenas cien palabras, sin faltar los aumentativos y los diminutivos. Para los jóvenes todo está padrísimo.

Son una minoría los que leen frente a los que pasan horas y horas frente a la TV-basura como espectadores pasivos. Si esas horas frente a la TV las dedicaran a leer, otro gallo nos cantara como pueblo.

Si algo identifica y une a los jóvenes de hoy es la música y la pereza mental. Lucen anestesiados, aburridos, sin esperanza. Además, ¿cuántos sabemos diferenciar una opinión de un chisme o rumor, ya no digamos de un hecho?

Leer es la forma de rebelión más eficaz en los tiempos que corren. Mantener a la gente en la ignorancia es un mal negocio para la sociedad pero buen negocio para los hombres del poder. Por ello el auge alcohol y la droga.

Tenemos una sociedad anegada por la industria del entretenimiento. Vivimos una cultura de masas, con una educación más pragmática que reflexiva, donde lo light es lo que rifa, donde priman las emociones, las sensaciones y las pasiones. Sus productos, por tanto, nacen desde esta lógica descafeinada.

Asistimos a una infantilización de la sociedad, a una auténtica regresión donde todos los órdenes de la vida se viven desde una posición infantil: el trabajo se confunde con el ocio en algunas oficinas.

Mediante la lectura podríamos cambiar muchas vidas y muchos modelos de vida (Iñigo González (Lupa 273) www.lalupadegonzalezinigo.net).

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