El papel de los afectos

Algunas personas, cuando piensan en la educación, tienden a considerarla como un saber, por ello se centran en educar la inteligencia; sin embargo, eso no basta. Para llegar a la educación integral hay que ver la formación como un ser. La educación requiere hábitos de atención a los demás, de concentración en el trabajo, de digerir éxitos y fracasos, de perseverancia, de buen humor, de abnegación y más. Inteligencia, voluntad y afectos han de crecer juntos, sin que ninguna de ellas aplaste a la otra.

La educación no tiene como objetivo que no nos afecten las cosas, que no nos importe lo importante, que no nos duela lo doloroso o que no nos atraiga lo atractivo.

La educación debería ayudarnos a gozar con la práctica de las virtudes. El objetivo es vencer los malos hábitos –los vicios-, y ser capaces de gozar en el bien realizado. La virtud consiste en la formación del buen gusto.

Cuando luchamos no estamos acostumbrándonos a fastidiarnos, sino aprendiendo a disfrutar del bien, aunque de momento eso exija ir contracorriente. Se trataría desarrollar el gusto por el buen comportamiento, y desarrollar el disgusto por el mal comportamiento, como el robo, que resultará feo, desagradable, discordante con su corazón.

Conocí el caso de dos hermanos a los que no se les educó bien, entonces disfrutaban destruyéndolo todo: juguetes, artefactos y lo que tenían entre manos. Para el niño jugar es trabajar, y eso les fascina, pero hay que encauzar sus juegos para que sean constructivos.

La formación de las virtudes hace que las facultades y los afectos aprendan a centrarse en lo que puede satisfacer las aspiraciones más profundas. En última instancia, formarse en las virtudes es aprender a ser feliz, a gozar de y con lo grandioso; es prepararse para el Cielo.

Toda educación lleva consigo, también, la formación de la afectividad. Si las virtudes nos ayudan a hacer el bien es porque nos ayudan a sentir correctamente. Un joven taxista me contaba que un día vio a una chica de 18 años caminando por una calle solitaria, y a su lado caminaba, lentamente, un automóvil con los vidrios ahumados. Se paró a lado y le dijo:

-“Súbase”.

Ella subió y el taxista preguntó:

-“¿Por qué anda en parajes solitarios?”.

Ella le explicó que no tenía dinero para pagar el transporte que la conducía de la escuela a su casa, así que él la llevó a su casa y le regaló un billete de poca monta. Y me decía muy contento:

-“Se siente bien bonito hacer el bien”.

La afectividad ordenada ayuda a hacer el bien porque ayuda a percibirlo, y a la vez, actuar bien, nos ayuda a ordenar la afectividad.

No podemos controlar directamente nuestros sentimientos, pero la voluntad tiene algún influjo sobre ellos. En Ética, el influjo que la voluntad puede tener sobre los sentimientos se llama político. Y en esto cada uno debe tener iniciativas para no dejarse llevar de los sentimientos cuando éstos nos conducen a la destrucción o actuar mal, es decir, al pecado.

Querer el bien

La lucha ha de apuntar a alcanzar la paz interior, lo que me quita esa paz no es bueno, pero este proceso es lento. A veces hay que aguantar con paciencia situaciones difíciles y adversas, o el cambio de planes, pero el enemigo muchas veces es el yo que grita: “¡Sólo quiero diversión, entretenimiento, aunque la paz que tengo sea falsa y vulnerable!”.

Apuntar alto en la formación es proponerse no sólo realizar actos buenos, sino ser buenos, tener un buen corazón. Si no tratamos de hacer el bien y todo bien corremos el peligro de que el poder de los fuertes se convierta en el dios de ete mundo.

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Martha Morales

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