El elemento más educativo es la familia
¿Qué hacer ante los berrinches de los niños? En estos casos lo importante es darle contención a tu hijo. Cuando empiece a hacer un berrinche, te pones a su altura, te rebajas, lo tomas con cariño por sus hombros, lo miras directamente a los ojos y le dices:
- Hijo, ahora no se puede.
Y te quedas viéndolo a los ojos. A lo mejor hace una pataleta, un berrinche tremendo. En ese momento, te sostienes, lo ves a los ojos y le dices:
-No mi amor, así no.
Y te tienes que quedar mirándolo a los ojos, porque tu hijo está tratando de establecer con todas sus fuerzas quién es el líder. Tú tienes que quedarte mirándolo de forma serena, firme y conectada. Va a llegar un momento en donde él deja de hacer fuerza, se te queda viendo, y retira la mirada. Está reconociendo tu liderazgo, está perdiendo la pelea. Y por su bien es mejor que la pierda. Es una pelea que necesita perder y aceptar tu liderazgo. Su frustración, en lugar de descargarla contra sí mismo o contra ti, busca que lo contengas. Tu hijo está molesto. Le dices:
- Lo siento mucho, no vamos a poder hacer eso que quieres ahora.
Ya que lo dejas que llore, le dices:
- Hijo, ¿qué te parece si hacemos esto otro?. Ese “no” lo canalizas a un “sí”, le das un cauce a su energía.
- Mira, podemos hacer esto o lo otro, ¿qué quieres hacer tú?
No pretendas cortar el proceso del berrinche, necesita pasar por esa carga, descarga y a lo que sigue. Tu rol como mamá no es que él acepte el “no”, es encontrar el cómo sí, el cuándo sí, el con qué sí.
Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. Entre éstas, es fundamental la que se realiza en la familia: no sólo en las relaciones entre los esposos, sino también entre ellos y sus hijos.
En la familia los padres enseñan y educan con su propia vida y con su personalidad, con su amor. Los padres transmiten virtudes, las “contagian”, atraen a los hijos hacia ellas, hacen que las admiren en ellos mismos. Si los padres poseyeran las virtudes en bajo grado, si su perfección humana fuera pobre, los hijos serían atraídos por la influencia de otros ambientes lejanos a la familia, lejanos al amor.
Hoy día la cultura, es decir, los estilos de vida, son transmitidos fundamentalmente por los medios de comunicación. Es necesario destacar como motor de cultura a la TELEVISIÓN. Buena parte de los jóvenes se expresa del mismo modo, viste con el mismo estilo e iguales o semejantes prendas, tiene principios de razonamiento idénticos, la misma visión de la sexualidad, del matrimonio, de la religión… Detrás de esta identidad de conducta en la que parece desaparecer la creatividad personal propia en aras de la uniformidad, está la monopolización de la cultura. Las mismas ideas llegan a todos, del mismo modo, sin aparato crítico. Lo bueno y lo malo se presentan “cocinados en la televisión”, y se sirven a todos, y son digeridos y asimilados por todos. Como no se presenta otra alternativa cultural, o se presenta descalificada, casi no cabe resistencia.
Lo que más enseña a los hijos a amar a los demás, es ver el amor que se tienen entre sí el padre y la madre, demostrado en mil pequeños detalles de finura. Si ese punto no se cuida hasta la excelencia, no es de extrañar que alguno o muchos aspectos de la formación de los hijos no vayan bien.
Educar a los hijos es un verdadero arte. Tiene que conjugar demostrar afecto con exigir obediencia y que cumplan con sus responsabilidades de hijos, de hermanos y de buenos alumnos. Para que haya afecto tiene que haber trato en la vida diaria comentando las distintas cosas que les han ocurrido en el colegio, en la calle y con los amigos.
Ello requiere que el padre y la madre tengan tiempo para esta normal relación y así les puedan dar consejos o hacer una broma sobre aquello que les han contado. Hablar y disfrutar juntos de una vida en familia en la que los hijos se sienten queridos por sus padres y éstos por sus hijos, compartiendo ratos de comida y de tertulia, es especialmente importante. Para conseguirlo, tiene que haber tiempo suficiente. Hay ladrones de este tiempo de agradable convivencia como son el exceso de trabajo de los padres, la televisión, internet y los videojuegos.
El primero –exceso de trabajo– es sin duda el decisivo, pero hay que ir con mucho cuidado con los otros tres: por un lado, porque son importantes ladrones de tiempo de convivencia en familia; y por otro, porque por los contenidos pueden ser grandes demoledores de las virtudes y valores que los padres están procurando que vivan.
Un día un padre le preguntó a su hijo que a quién quería más, y el hijo le respondió que a Juan. A lo que el padre le dijo: ¿Quién es Juan? Y él le contestó que el jardinero, que era el que le escuchaba al volver del colegio, porque su madre y su padre no estaban.
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Rebeca Reynaud