AMLO y Salinas: te pareces tanto a mí…

En el diseño e implementación de sus programas sociales, el Presidente Andrés Manuel López Obrador se asemeja más a las prácticas y fines del viejo priismo que a un sistema enfocado a combatir la desigualdad y promover el desarrollo.

Por la argumentación política, por el contexto y los pretendidos objetivos, el proyecto social de López Obrador puede ser comparable con lo realizado por la figura de la corriente más despreciada por el Presidente: la de Carlos Salinas de Gortari, el innombrable, principal impulsor del neoliberalismo en México.

Existen similitudes y diferencias en la implementación de sus programas, pero ambos carecen de un sentido para ir en contra de la raíz de la pobreza y sí, en cambio, se prestan a formar clientelas electorales.

Populismo neoliberal

La elección de Carlos Salinas en 1988 lo deslegitimó para llegar al poder, pues fueron tales las irregularidades, que el fraude para hacerlo ganar quedó como una realidad aceptada por la mayoría de los mexicanos.

Para legitimarse en el ejercicio del Gobierno, Salinas de Gortari aceptó que con su elección se llegaba al fin de una era política y emprendió acciones para marcar una clara diferencia con todos los anteriores gobiernos del PRI.

Acabó con el modelo estatista (aceleró la venta de más de mil empresas propiedad del Gobierno); privatizó los bancos; modificó artículos sustanciales de la Constitución como el tercero, sobre la educación; el 130 sobre la libertad religiosa, con lo cual modificó las relaciones Iglesia – Estado; firmó el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá.

Uno de los aspectos más destacados de su sexenio fue la conformación de una nueva relación entre gobierno y sociedad con la creación del Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) el cual formalmente tuvo como principio el acrecentar la participación social en sus propias acciones contra la pobreza. Ello implicaba la coordinación de las autoridades de los tres niveles de gobierno. Fue el eje de la política social del salinismo.

Para ello se crearon comités de solidaridad, que eran los encargados de impulsar las obras. Ahí se decidían las obras, se delimitaban responsabilidades de los gobiernos y las comunidades; y se vigilaba la aplicación de los recursos.

Los integrantes del Comité (presidente, secretario, tesorero y varios vocales con
funciones específicas) se elegían en asambleas públicas, eran los interlocutores con la autoridad para que se concretaran las obras y organizaban a la comunidad.

En el sexenio 1988-1994 se establecieron unos 180 mil comités de Solidaridad en todo el país y según datos oficiales se realizaron 523 mil obras en las comunidaddes más pobres de México. El gasto social aumentó 66 por ciento.

Un estudio de la Universidad Autónoma Metropolitana, “Política Social en México 1973-1982 y 1988-1994: Pider, Coplamar y Pronasol. Una revisión a la Ciudad de México”, realizado por Enrique Lara Elizalde en 2010, desvela el telón de fondo:

“El PRI, afirmando su concordancia con los proyectos políticos gubernamentales, modificó su estructura organizativa. Consideró el establecimiento, dentro del partido, de la figura del “promotor del desarrollo” como elemento activo, lo que posteriormente se vendría a identificar, a partir de 1989, como la “concertación ciudadana” en el marco del Pronasol del gobierno de la República. El promotor de desarrollo fue el militante o dirigente priista de base, que encabezaba una demanda social y que, para los fines de concertación con los diversos niveles de la administración publica, integró grupos de trabajo comunitario. Este programa del PRI, llamado ‘Programa Nacional de Participación Ciudadana’, se desarrolló primeramente en los 14 estados de la República donde Carlos Salinas estableció los primeros Convenios de Solidaridad, destacando los estados de Michoacán, México, Guerrero, Veracruz y Guanajuato”.

“Por otro lado, el Pronasol fue un instrumento que utilizó el gobierno de Salinas para consolidar la imagen presidencial, desmantelar las organizaciones políticas independientes, diluir el descontento social, minar a la izquierda, reestructurar élites priistas y ganar votos”.

Gracias al Pronasol, el PRI recuperó legitimidad legal, obtuvo el 61 por ciento de los votos en las elecciones federales intermedias de 1991.

Populismo de la 4a T

Para el Presidente López Obrador, su Cuarta Transformación implica una nueva
era: romper con todo pasado y destruir la herencia del neoliberalismo, origen de
todos los males y afecciones del país, principalmente la corrupción.

Una de sus primeras acciones fue la designación de delegados estatales únicos (súperdelegados o “virreyes”), quienes se encargarán de aplicar los programas sociales, caracterizados por la entrega directa del dinero a los beneficiarios.

Dependerán directamente del Presidente de la República a través de la oficina de Programas Integrales de Desarrollo, a cargo de Gabriel García Hernández, quien en 2018 instaló en el país comités promotores del voto para López Obrador.

Varios de los súperdelegados fueron dirigentes estatales de Morena o contendieron por las gubernaturas de sus entidades: Carlos Lomelí, de Jalisco; Pablo Amílcar Sandoval, de Guerrero; Delfina Gómez en el estado de México; Joaquín Díaz Mena, de Yucatán, por citar algunos.

El primer fruto ya se dio: un súperdelegado renunció para contender por una gubernatura. Jaime Bonilla Valdez fue senador por unos meses y acaba de renunciar para competir por la gubernatura de Baja California en una coalición encabezada por Morena.

Bonilla Valdez se ha forjado al amparo del ex gobernador Xicoténcatl Leyva Mortera, quien fuera destituido de su cargo en el sexenio de Carlos Salinas.

Para este año, el gobierno de López Obrador destinará unos 180 mil millones de pesos en seis programas sociales prioritarios: Jóvenes Construyendo el Futuro, Pensión para el Bienestar de Adultos Mayores, Pensión para el Bienestar de Personas con Discapacidad Permanente, Producción para el Bienestar, Microcréditos para el Bienestar, y Sembrando Vida.

Sirva para ilustrar el reto: a 2.3 millones de jóvenes que no estudian ni trabajan se les darán 3 mil 600 pesos mensuales como aprendices en labores productivas y proyectos oficiales, en tanto regresan a estudiar. Es un gasto estimado en 40 mil millones de peso a repartir en todo el país en los próximos nueve meses.

Todavía en su conferencia mañanera del 4 de abril, López Obrador defendió la aplicación de sus programas: “Este gobierno, como nunca se ha visto en la historia, está destinando recursos a favor de la gente pobre, y no podemos demostrar, pero no queremos la corrupción, ni continúe lo mismo”.

Soluciones neopopulistas a problemas neoliberales

«Soluciones Neopopulistas a Problemas Neoliberales» fue una monografía realizada por Denise Dresser, entonces profesora del ITAM y doctora en Ciencias Políticas por la Universidad de Princeton. Lo escribió en el Centro de Estudios México – Estados Unidos de la Universidad de California en San Diego.

“El éxito de los programas de combate a la pobreza no está determinado por la cantidad de recursos que distribuyen –si dividiéramos el gasto de Pronasol en 1990 entre los 17 millones de mexicanos que viven en la pobreza extrema, cada uno hubiera recibido una asignación directa de quince centavos de dólar–, si no por su capacidad para atender las raíces de la pobreza”.

Lo que está mal con Pronasol es que se construye sobre y refuerza algunos de los defectos del sistema político del país. Se conduce directamente desde el bolsillo presidencial, sus beneficiarios son seleccionados con criterios políticos personalistas y partidistas y es inmune a cualquier medio democrático o control de responsabilidad.

“Las iniciativas de Pronasol se construyen sobre el perdurable atractivo de la retórica populista. Los ecos del populismo reverberan en la campaña por promover a Pronasol, porque el programa (con sus antecedentes) persigue una meta clave en la agenda populista: la creación de electorados entre los subprivilegiados urbanos y rurales”.

Treinta años después las advertencias pueden ser aplicables a los programas sociales de López Obrador, quien, como Carlos Salinas, tiene su origen y formación en el viejo priismo.
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Mochila Política 70
Año 2, Abril 4, 2019

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