Autoridades deben proteger a menores contra mercantilismo sexual

 

Un autor francés, conocido por sus interpretaciones en “papeles fuertes”, declaraba que no puede ya llevar a su hija al cine por la profusión de la pornografía. Añadía que es “consecuencia e instrumento de un verdadero terrorismo intelectual, en el que unos peligrosos asexuados dictan la norma, bajo la excusa del arte. Es una competencia para ver quién resulta más abyecto.”

En México sucede algo parecido, pero en casi todos los medios de comunicación social: revistas, libros, anuncios publicitarios, programas televisivos, internet, etc. Se afirma, por el mensaje que se da en esos medios de comunicación, que el sexo progresa, el sexo divierte, el sexo –en cualquiera de sus formas- es sano, y ahora lo válido es el intercambio sexual.

Son innumerables las familias que se ven atacadas en la intimidad de su hogar por la propaganda pornográfica que no conoce fronteras. Lo más grave es el modo de presentar el sexo: atacando, con escasas posibilidades de defensa, las convicciones personales de muchos padres de familia en terreno tan delicado, como es el uso de la sexualidad.

Existe la experiencia de matrimonios que, en el terreno sexual, aplicaron el refrán “a otros tiempos, otras costumbres”, y permitieron pasar esa ola de inmundicia al seno de sus hogares. Las consecuencias no se hicieron esperar: fue la ruina de esas familias. Porque los cónyuges acabaron practicando el control natal con métodos artificiales o a favor del aborto, otros matrimonios se divorciaron; frecuentemente, los hijos se decidían por el amor libre y no por el matrimonio.

Por otro lado, son muchas las familias que resisten heroicamente la lluvia de lodo, poniendo los medios oportunos: selección de programas y páginas web sanas y de películas, preocupación por las lecturas y libros que entran en el hogar, conocimiento y consejo de las amistades de los hijos… Todo ello para prevenir desórdenes sexuales y proteger la salud moral de la familia, ante la embestida pornográfica.

Para enfrentarse a esta situación, se necesita además el apoyo decidido de las autoridades y de una adecuada y firme legislación que proteja la privacidad familiar de los hogares mexicanos.

El permisivismo sexual es una realidad que nos afecta casi a todos. Y las situaciones globales suelen ir bien orquestadas por ideólogos y aprovechados mercantilistas. Decía el escritor Aldous Huxley: “nunca estuvieron tan pocos en condiciones de atontar a tantos”.

Observamos que llamativamente se tambalean las normas éticas de la sexualidad: lo admitido del momento sustituye a lo moral.

Pero el panorama no desalienta a quienes buscan los indicadores del camino, es decir los que vuelven a las fuentes. Quien busca la fuente de nadar contra corriente: Tales fuentes están en las tradiciones éticas que nos legaron nuestros padres, y a éstos sus padres, y así durante docenas de generaciones.

No podemos pensar que nuestros antepasados fueron unos “tontos” y nosotros -hombres de la era cibernética- “sumamente listos”, por haber superado los atavismos morales. Recordemos que el hombre no cambia en lo fundamental, y que lo que mancha a un viejo, también mancha a un joven.

Son muchos siglos los que han aceptado la validez perenne de las normas éticas en materia sexual. Es verdad, que en otros tiempos –también hoy- ha habido personas que concebían el sexo como un tabú, como algo prohibido por las costumbres sociales; pero tal prohibición, en si misma carecía de fundamento.

Pero otras personas de todos los tiempos, clases y convicciones sociales: campesinos, militares, políticos, intelectuales, amas de casa, jóvenes y viejos, han concebido el sexo como un poder positivo y santo, que debe ejercerse dentro del matrimonio para generar otros seres, como perpetuación del amor humano de ambos cónyuges

Para comprender esta postura, san Josemaría Escrivá, solía poner el siguiente ejemplo: Si el comer nos produjera desagrado, serían muchos los que preferirían morir de inanición que continuar torturándose con los mejores manjares. Sucede algo parecido con el amor conyugal: Si el acto sexual produjera desagrado, quizá ninguna pareja desearía tener hijos y los hombres correríamos el peligro de extinguirnos.

Quienes luchamos por conservar la dignidad humana no queremos mercantilismos sexuales, ni tabúes de sexo. Deseamos ante todo, ser considerados como personas humanas, no como objetos surtidores de dinero a cambio de entregar nuestra valiosa dignidad, por un plato de lentejas que ofrece el mercantilismo sexual.

La protección social de la dignidad familiar debe hacerse respetando la intimidad de cada hogar, sin atacar las ideas o convicciones sanas que posean los moradores. Para conseguirlo, se precisa de una justa legislación de Protección a la Familia, que debe realizarse por las autoridades competentes.

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Gabriel Martínez Navarrete

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