Dos opciones contra la corrupción

En el discurso de toma de posesión del Presidente Andrés Manuel López Obrador brilló de nuevo la diatriba contra la corrupción, uno de los ejes centrales proclamados durante su campaña. No son pocas las protestas desde múltiples ámbitos nacionales contra el cáncer que corroe las numerosas instituciones que conforman el humus de nuestra patria. Si bien la corrupción forma parte de la historia de la humanidad, no es indicativo de todos los humanos en forma individual.

El afán desordenado por los bienes materiales no debe su crecimiento a las superestructuras, como escribió Marx. La avaricia debe su intensificación a la carencia de autolimitación de la persona singular, así como a la pérdida del interés por los más necesitados.

No basta la encomiable voluntad política encauzada hacia la disminución de este mal. Es imprescindible, además, la voluntad moral personal para corregir los derroteros de la corrupción. Y a quién le compete principalmente dar ejemplo es a la más reconocida autoridad del país.

Pero no solamente a la autoridad mayor, sino a las demás autoridades del país, a los miembros del gabinete, a los empresarios y los líderes, al poder legislativo, al poder judicial, y los medios de comunicación masivos, sindicatos y a quién sea cabeza en cualquier institución.

Porque el ejemplo de la moral –que no es religión— procede naturalmente en cascada, de arriba hacia abajo, como bien lo señaló el Presidente utilizando la analogía del barrido de las escaleras. La corrupción nunca se podrá eliminar del todo porque todos podemos hacer mal uso de la libertad, y equiparar de manera consciente un bien aparente con un bien real.

Las verdaderas raíces para evitar en lo posible este cáncer, se alimentan por medio de las auténticas opciones contra la corrupción. Menciono las dos más importantes: las comunidades abarcables –familia, colegio, universidad- en donde convivimos con los significant others, y de quienes aprendemos la honestidad, lealtad, probidad, justicia y demás valores personales enderezados a la perfección personal y social. Cuidar las sociedades naturales e intermedias demanda esfuerzos sin precedentes en la situación actual.

¿Queremos que ésta lacra siga creciendo como un cáncer en nuestras instituciones políticas, económicas y educativas? Sin educación en valores morales continuará la desazón y el disgusto del ciudadano promedio hacia las entidades públicas y privadas, y con toda razón.

Me sorprende leer y escuchar a diario noticias de la punta del iceberg. No es muy alta, pero indica la profundidad del deterioro. A las buenas ideas y a las óptimas intenciones hay que ponerles patas. ¿Será capaz la nueva administración de reordenar hacia lo mejor?

Trato de mostrar la sencillez de una genuina preocupación personal cuando afirmo que los esfuerzos para contener este tumor, al día de hoy, ofenden ciertamente por carecer de eficacia y por que son insoportablemente anodinos e insignificantes.

Según se comporten las personas que conforman la sociedad, así serán de eficientes y justas las instituciones comprometidas potencialmente en la reforma de la cultura del trabajo. Es necesario superar el nivel de los legalismos democráticos, de suyo contingentes, por el reconocimiento de valores que no cambian, que siempre son así: componentes determinantes para el bienestar de cualquier organización humana o natural.

Reconocer los fallos personales por desafortunados que sean, es el principio del inicio de una disposición estable para cultivar en uno mismo la honradez, la justicia y la responsabilidad. De esta manera, se podría inaugurar el restablecimiento de la confianza y credibilidad tanto pública como privada, tan dañadas en recientes décadas.

No basta, por noticioso que sea, inspeccionar los efectos externos de la corrupción. Es imprescindible sondear en sus raíces culturales y antropológicas para detallar los rasgos definitorios que nos presenta una prosperidad institucional corrompida, si es que pueda llamarser así. La solución que propongo transita por recuperar los valores de nuestra cultura occidental. Back to basics!!

Ya basta de política, empresa y mass media monótona, sensacionalista y simple. Tal vez tendríamos que aprender de nuevo las tablas de multiplicar, con números casi igual de grandes, como los que se usaron para enseñarnos a sumar.
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Rubén Elizondo Sánchez

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