¿Qué seminaristas necesita la Iglesia?

Robert Barron, Obispo Auxiliar de los Ángeles, California, sugiere vivir a imagen de Dios, ya que hemos sido creados para la alegría y el amor. Comenta una pregunta incisiva: ¿Qué busco en los seminaristas? Que sean piadosos, inteligentes, estudiosos, que quieran ser santos y que amen a los pecadores como Jesús lo hizo. Hay jóvenes que dudan de su perseverancia, y tienen razón, todos podemos fallar si no somos humildes, pero somos fieles porque ella es fruto del querer de Dios y de nuestra correspondencia a la gracia.

La presencia de la Trinidad en la Eucaristía es el deseo de Jesús de estar con sus amigos; por ello el sacerdote jamás se siente solo. Tiene a Jesús en el sagrario y lo tiene en su interior, si vive en estado de gracia.

Es alentador cuando uno conoce seminaristas que desean amar a Dios con toda el alma y que quieren que los demás lo amen también. Y uno observa que saben luchar cuando ponen los medios para guardar el corazón sólo para Dios, cuando saben guardar la vista ante una mujer atractiva, cuando ponen los medios para no quedarse solos con una dama fuera de confesonario. A veces no se los han enseñado en los seminarios, pero un tercer sentido hace que lo descubran, como el esposo enamorado de su esposa, que evita el trato con mujeres que le parecen atractivas y guarda la vista con delicadeza porque por los ojos entran las tentaciones.

Cirilo de Alejandría es el Padre de la Iglesia que más ha hablado de la deificación o divinización del alma. Divinización al que todo bautizado está llamado. Menciona que cuando Jesús es bautizado por Juan el Bautista, y éste dio testimonio, dijo: “He visto el Espíritu que bajaba del cielo y permanecía sobre él” (Juan, 1,23). Es el único evangelista que dice que “permanecía sobre él”. Así debería de ser, una vez que nos bautizan, evitar el pecado para que el Espíritu permanezca en nosotros. Dios nos empieza a santificar por medio del Bautismo y luego nos aumenta esa santidad a través de la Confesión y de la Eucaristía. Usa nuestra naturaleza, él está en nosotros por el Espíritu Santo y, por eso, somos partícipes de la naturaleza divina. Dios nos quiere divinizar y lo hace a través de la oración y de la vida ordinaria, del trabajo bien hecho por Dios y de acudir a los sacramentos bien dispuestos.

Otro Padre de la Iglesia, Clemente de Alejandría, dice que Dios quiso ser el Hijo del Hombre para que los hijos de los hombres pudiéramos ser hijos de Dios. Joseph Ratzinger afirma que Jesucristo tomó nuestra nada para darnos su todo.

No basta purificarnos del pecado, Dios quiere que crezcamos en la relación con la Santísima Trinidad, quiere que fomentemos una relación de amistad profunda con Él, diaria, continua; que durante nuestro trabajo pensemos en Dios y le pidamos más fe para nosotros y para todos, que le pidamos la conversión de los incrédulos.

Los bautizados tenemos una gran dignidad porque llegamos a ser hijos de Dios por Jesucristo, no por nosotros mismos. ¡Cuánto más un sacerdote consagrado con el sacramento del Orden! Merece nuestro respeto, nuestro cariño, nuestra atención en sus sermones, pero no los podemos ver como hombres comunes y corrientes: Son elegidos, son personas sagradas. Si algo hacen más, su Obispo los corregirá y Dios los juzgará. No nos toca a nosotros ser sus jueces, pero sí nos toca rezar por el Papa, los Obispos y los sacerdotes. Nos toca ser alegres por lo que Dios nos da y por lo que nos quita o no nos da, porque así está bien, aunque no lo comprenda nuestra cabeza; nos corresponde agradecer a Dios su amor y sus grandes regalos: La Iglesia y la Virgen María.

Al final de nuestra vida, una vez que hayamos alcanzado a Dios, “nos daremos cuenta de que no existió nunca ningún problema” (C.S. Lewis).
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Rebeca Reynaud

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