Divertirse sin alcohol

En algunos ambientes la diversión es la meta de la existencia. Ha aumentado el uso y abuso de alcohol entre la gente joven porque no saben divertirse. Podrían bailar, escuchar música, organizar actividades culturales y deportivas, hacer teatro, leer, cantar al ritmo de una guitarra o del piano, jugar ajedrez, dominó, maratón u otro juego de mesa, o conversar y beber alguna limonada o cerveza. Pero como no saben divertirse y tienen pocas iniciativas, sólo se les ocurre ir a beber. Dice Cantinflas: “Para las muchas penas, las copas llenas. Para las penas pocas, llenas las copas”. Ahora también las chicas consumen alcohol especialmente los fines de semana.

No hay en la historia el ejemplo de alguien que haya superado sus problemas personales con el alcohol. El antidepresivo más antiguo es el alcohol. Desde tiempos inmemorables el hombre utiliza esa bebida para sobrellevar la angustia, la frustración, los traumas o la soledad. El alcohol sólo ayuda a “disfrazar” los problemas, y posteriormente se convierte en el principal conflicto de quien trató de solucionar sus males con la bebida. El alcohólico termina solo, sin trabajo y sin patrimonio. Y a pesar de esos, no sólo los hombres, también las mujeres se animan a emborracharse.

Los jóvenes creen que en el alcohol o en la droga van a encontrar el “paraíso”, y encuentran la “dependencia”.

Muchos estudiantes de Secundaria han consumido, al menos una vez en su vida, bebidas alcohólicas en exceso. La ignorancia de los efectos nocivos para la salud es tal que se ofrecen esas bebidas hasta a menores de diez años. Con frecuencia, los “amigos” del adolescente lo animan a tomar y, cuando viene una congestión, son los primeros que desaparecen de la escena.

Algunos padres de familia se muestran permisivos o indiferentes cuando sus hijos empiezan a consumir bebidas embriagantes y no miden los efectos psicológicos y emocionales que pueden sufrir. El consumo de alcohol puede causar alteraciones en el cerebro de los niños y adolescentes. La educación siempre ha tomado muy en cuenta la templanza, a lo largo de la historia, menos ahora, donde se quiere romper límites.

El problema crece cuando los jóvenes tienen entre 18 y 20 años. A esta edad algunos solicitan ayuda para superar la adicción al alcohol porque son conscientes de que se alteran, se violentan y buscan pleitos y, con frecuencia, faltan a la escuela y a sus deberes.

El pico estadístico de mayor consumo está en torno a los 25 años, edad a partir de la cual la mayoría – salvo aquellos que están encaminados por una más o menos clara trayectoria de alcoholismo – comienzan a descender la cantidad de etílico consumido. La cerveza y los licores combinados son las bebidas preferidas de los más jóvenes y el vino aumenta su protagonismo a medida que crece la edad. Y es en el medio rural donde la proporción de varones es mayor que en la ciudad; al contrario de las chicas que, por razones estilo de vida y consideración social, beben más en el ambiente urbano.

El alcohol desinhibe y tomado en cantidades excesivas – para cada persona el límite es distinto- predispone a conductas violentas personales o grupales; euforias que pueden ser peligrosas en el uso de vehículos, y no cabe olvidar que los accidentes de motos y coches son la primera causa de muerte juvenil. El alcohol es «amigo» del crimen, dice un tratado de medicina legal. En el borracho o borracha se da poco control sexual y, consiguientemente, aumento de embarazos en adolescentes.

Naturalmente, su utilización moderada y en circunstancias ambientales apropiadas no sólo no es malo, sino un elemento que sirve para animar la vida personal y social. Pero cuanto más se tome y cuanto más joven sea el que lo ingiere, la cercanía a las consecuencias negativas aumenta.

La adolescencia es un periodo muchas veces difícil para los chicos: tienen problemas y tensiones interiores, frustraciones escolares, laborales o familiares; y ellos de una manera más o menos consciente buscan en el alcohol que es una compensación falsa y riesgosa.

El alcoholismo es un tipo de enfermedad en la que el paciente cree no estar enfermo. El alcohólico sufre de un sentimiento de culpabilidad; recordarle sus fracasos empeora su situación. A veces una crisis puede convencer al alcohólico de que necesita ayuda: un accidente, un arresto, una indigestión, la pérdida del trabajo… La crisis puede ser necesaria para su recuperación. No hay que hacer nada para impedir que suceda. “No hay mal que por bien no venga”.

Si los jóvenes supieran que hay hombres muy poderosos en la ONU y en el Club de Roma – entre otros-, que los quieren manipular, se rebelarían. Hay organizaciones internacionales que desean debilitar a los pueblos del Tercer Mundo por lo que tienen de más valioso: sus niños y sus jóvenes. Y les ofrecen un paraíso artificial a base de diversiones, alcohol, sexo y drogas. ¿Y esto para qué?  Para que no tengan espíritu crítico ante sus males manejos.

La esperanza de recuperación estriba en la capacidad de reconocer la necesidad de ayuda, el deseo de dejar de beber y la sinceridad de admitir que, por sí mismo, no puede lidiar con el problema. Podemos tener la esperanza bien alta porque las energías de la inteligencia y la libertad son más poderosas que todos los condicionamientos económicos y políticos.

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