El Reino Unido «post-Brexit» podría aprender de Singapur

Ferghane Azihari
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

La nostalgia imperial lleva a los europeos a adoptar el prejuicio de que la prosperidad de una civilización depende de su capacidad para transformarse en un vasto imperio. De ahí el ambiente de ansiedad que reina en el Reino Unido, que lleva demasiados meses intentando implementar la salida del bloque europeo decidida en el referéndum del 23 de junio de 2016.

La historia de Singapur demuestra lo contrario.

Al final de la Segunda Guerra Mundial, Singapur quedó arrinconada cuando los británicos recuperaron el control de la isla tras perderla a manos de los japoneses. Las circunstancias políticas llevaron al Estado británico a conceder a Singapur una amplia autonomía en 1958. Sin embargo, el Partido de Acción Popular (PAP) hizo campaña para completar la independencia de Singapur del Reino Unido uniéndose a Malasia, que tiene fama de estar más cerca culturalmente. En 1959, el PAP ganó las elecciones.

Pero la victoria de la PAP asustó a la comunidad empresarial. Se sospechaba que sus élites políticas estaban demasiado cerca de los socialistas. La retórica de Lee Kwan Yew no ayudó en nada, ya que estaba imbuida de anticapitalismo. Singapur sufrió una fuga de capital a Malasia. Esta filtración reforzó paradójicamente la idea de que una fusión de los dos países redundaría en beneficio del primero. Después de mucha agitación política y social, Singapur se convirtió oficialmente en miembro de Malasia el 16 de septiembre de 1963.

Sin embargo, la fusión no duraría mucho tiempo. Los conflictos étnicos y las diferencias político-ideológicas (sobre todo en materia de comercio exterior) revelaron una cierta incompatibilidad política. Malasia optó por la expulsión de Singapur, que tuvo lugar el 9 de agosto de 1965.

En aquel momento, pocos comentaristas apostaron por el éxito de Singapur. Las pasiones imperiales llevaron a la oposición a la idea de que una ciudad como Singapur pudiera prosperar en un mundo globalizado. Después de todo, es un pequeño territorio desprovisto de recursos naturales.

Pero cincuenta años más tarde, el veredicto es claro: no sólo Singapur ha ampliado su brecha de riqueza con Malasia, sino que su PIB per cápita se ha convertido en el doble del del Reino Unido. Parece que el peso demográfico, el tamaño de un país y la presencia de «recursos naturales» no son factores decisivos para la prosperidad.

El éxito de Singapur se explica fácilmente. La ciudad ha apostado por el atractivo fiscal para atraer capital extranjero. Su influencia no se limita a su vecindad inmediata.

«En 1972», nos dice Jean Abshire, «Estados Unidos fue la fuente de 46% de las inversiones extranjeras».1 Pero la política de Singapur, basada en un puerto libre, ha contribuido a hacer de la ciudad un lugar esencial para el comercio mundial. Hoy en día se dice que Singapur es uno de los regímenes de comercio exterior más liberales gracias a esta apertura unilateral.

¿Se puede aplicar el modelo de Singapur al caso británico? Técnicamente, nada lo prohíbe. Los detractores de este modelo se encuentran principalmente en el campo político. Se dice que el libre comercio unilateral se enfrenta a la opinión pública y a presiones proteccionistas de múltiples grupos de interés, nos dicen. El argumento es extraño. Admitimos la eficacia de una política, pero renunciamos a aplicarla por consideraciones electorales. Otro argumento simple podría ser presentado en contra de este derrotismo: puede que le corresponda a los expertos y comentaristas persuadir a la opinión pública de que la apertura del comercio es deseable.

Por último, la historia de Singapur demuestra que las hostilidades anticapitalistas no son en absoluto insuperables. La adhesión de Singapur a un modelo empresarial liberal no es tanto el resultado de una revolución cultural como una comprensión instintiva de que una pequeña isla no puede permitirse el lujo de la autosuficiencia.

Para que los británicos tengan éxito fuera de la Unión Europea, tendrán que ser humildes y atrevidos.
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