Santiago Apóstol acompaña a españoles en su travesía a América

Fue a partir del 12 de octubre de 1492 cuando el Mar Tenebroso rasgó su velo de misterio para mostrarle a la Vieja Europa un Nuevo Mundo prometedor y fascinante.

A partir de aquella fecha, la España Católica que había sido evangelizada por el Apóstol Santiago y que se había forjado durante ocho siglos de Cruzada contra el islam se transforma en la Gran Nación Misionera.

A partir de entonces, pueblo y monarcas toman conciencia de como su vocación es llevar el
Evangelio hasta los más alejados rincones del imperio que la Providencia le había concedido a
España.
¡Qué oportunas resultan aquí aquellas frases de Ramiro de Maeztu!:

“Toda España es misionera en el siglo XVI…Lo mismo los reyes, que los prelados, que los soldados, todos los españoles del siglo XVI parecen misioneros…La España del siglo XVI concibe la religión como un combate en que la victoria depende de su esfuerzo” (Defensa de la Hispanidad. Editorial Poblet. Buenos Aires. Página 117).

Y es así como, junto con los conquistadores, empiezan a llegar misioneros anunciando la Fe de Cristo.

Y, junto con los conquistadores y misioneros, a bordo de aquellos galeones, llega también el Hijo del Zebedeo, Santiago, el Santo Patrón de España.

Esto tiene una explicación muy lógica ya que siendo el pueblo español un pueblo que, durante siglos, había invocado al Apóstol en el momento de guerrear contra los moros, lo más natural del mundo fue que -pocos años después de concluida la Reconquista- al mismo Apóstol volviese a invocarlo al hallarse en trance de guerra en las lejanas latitudes del Nuevo Mundo.

Así -valga el ejemplo- cuando, en plena Conquista de México, en el barrio de Tlatelolco, estando los españoles a punto de ser vencidos, vieron como un caballero muy grande vestido de blanco, con espada en la mano, peleaba sin ser herido. Una vez sometida la Gran Tenochtitlán, en aquel lugar se erigió un templo en honor del Apóstol que es conocido como Santiago Tlatelolco.

Y lo mismo puede decirse de una población que es la puerta del Bajío mexicano en donde, tras otra milagrosa aparición del Apóstol que tuvo lugar en 1531, fue fundada la ciudad que hoy es conocida como Santiago de Querétaro.

Y la misma historia volvió a repetirse al sur de la Nueva España en donde el conquistador Pedro de Alvarado fundó la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala.

El caso es que, en el continente americano, encontramos numerosas ciudades cuyos nombres tienen su origen en la devoción que los españoles le profesaban al Apóstol. Mencionamos algunas de ellas:

Santiago de Cuba, Santiago de Chile, Santiago del Estero (Argentina), Santiago de León de Caracas (Venezuela), Santiago Cotagayta (Bolivia), Santiago de los Caballeros (República Dominicana), Santiago Tianguistengo (México) y un largo etcétera al cual no se le ve un rápido final.

Si hoy en día le echamos un vistazo al mapa de Hispanoamérica, veremos cómo Santiago es el nombre más repetido puesto que lo mismo lo vemos en grandes ciudades y pequeñas poblaciones que señalando ríos, montañas y accidentes geográficos.

Todos estos nombres tienen su origen en alguna aparición del Apóstol en plena batalla decidiendo la suerte en favor de los cristianos españoles que luchaban contra los indios idólatras o bien salvando a pueblos enteros de desastres naturales como pudiera serlo un terremoto o inundación.

Como dato interesante vale la pena señalar como en el Puerto de Veracruz existen los restos de lo que en otros tiempos fuera el Baluarte de Santiago.

Y lo mismo ocurre en Acapulco donde se conserva el Fuerte de San Diego. Aquí es conveniente aclarar como el nombre de Diego no es más que una derivación de Santiago, como también del mismo derivan Yago, Jaime y Jacobo.

España, dentro del tesoro de la Fe Católica, llevó también a tierras de América la devoción por el Apóstol. Una devoción que indios, mestizos y criollos acogieron con gran cariño, tanto así que, de todos los discípulos del Señor, es precisamente Santiago quien goza de una especial predilección entre los pueblos hispanoparlantes.

Y es que, después del nombre de la Virgen María en cualquiera de sus advocaciones, es precisamente el de Santiago el más repetido a todo lo largo y ancho del Continente.

Por todo ello y mucho más, Santiago Apóstol es el santo por antonomasia del Mundo Hispánico. Un santo que jamás pasará de moda y que, por su carácter guerrero, nos recuerda aquella frase del Santo Job según la cual la vida del hombre es milicia sobre la tierra.
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Nemesio Rodríguez Lois

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