Pandemia y porno

De acuerdo con Statista, en México el consumo de porno se ha incrementado durante la pandemia, según Pornhub ha crecido en todo el mundo, ¿simple casualidad?, ¿menos tiempo de traslados y más tiempo de ocio? Hay estudios que muestran cómo el subconsciente encuentra en el sexo una forma de gestionar el miedo. La tendencia erótica sería una forma de lidiar con la pandemia. Ahora bien, ¿es solo eso? ¿Por qué el 36.8 % de hombres y el 25.5 % de mujeres han consumido más pornografía durante la pandemia? ¿No nos revela ese dato una radiografía espiritual de la sociedad? ¿No manifiesta una carencia afectiva, cuando no un gran vacío en lo profundo del corazón? ¿Por qué se forma ese vacío que el consumo de pornografía inútilmente intenta llenar?

Es interesante contrastarlo con otro tipo de actividades. En Estados Unidos se ha incrementado la dedicación a la lectura un 33%, llegando a un 40% por parte de los Millennials. En Finlandia tiene un incremento semejante, ocupando el cuarto lugar de las actividades realizadas durante el tiempo libre en la pandemia. El empleo del tiempo libre, en qué ocupamos la forzosa inactividad o encerramiento, nos avoca a enfrentarnos a nosotros mismos. ¿En qué empleamos el tiempo en el que estamos solos? La pornografía pareciera ser una triste manera de huir de nosotros mismos, un vano intento de no mirar el abismo de nuestra soledad.

El ocio, el encerramiento, el cambio de rutina, la incertidumbre, son realidades que nos enfrentan con quienes somos realmente. Es muestra de una inmensa pobreza espiritual encauzar esas experiencias hacia el porno. No solo por la oscura industria que lo respalda, ni por la dolorosa servidumbre que supone el vicio, verdadera cadena forjada por uno mismo. Manifiesta una evidente carencia de creatividad, verdadera miseria espiritual. Puede afirmarse, sin temor a exagerar, que la persona esclavizada por el porno tiene un espíritu caído. Si esa experiencia se replica hasta el punto de representar una tendencia nacional, un marcador social consistente, podemos reconocer la presencia de una enfermedad espiritual en la sociedad.

Más que lamentos estériles, serían útiles alternativas creativas para el ocio, para esos momentos en los que estamos solos, con nosotros mismos. Lo primero sería reconocer la enfermedad, sea en ámbito personal como social y darle la relevancia que merece. No es inocuo que una persona no encuentre mejor manera de “matar el tiempo”, no es banal que en la sociedad funcione como una especie de sedante moral. La inmensa cantidad de energía, creatividad e iniciativas que se empantanan dentro del marasmo del sexo no son irrelevantes. La dimensión de ese negocio turbio, las vidas convertidas en objetos, las mujeres usadas y explotadas por esa industria claman al cielo. No es solo cuestión de interés personal, por el contrario, supone una lacra social que debemos primero encarar, para después gestionar y resolver.

No podemos permanecer inactivos. Es doloroso contemplar cómo las mejores energías de la juventud y la madurez fenecen en la nada, anegadas por los lazos del porno. Es preciso anticiparse, pues esa industria funciona a base de una férrea esclavitud espiritual de los que la producen, pero también en los consumidores, pues genera la dependencia propia de una droga dura. Entre más esclavos y más profunda sea la cadena, más negocio genera. Para ello, el modelo del negocio debe enganchar a los consumidores desde la infancia.

La propuesta a este desafío es triple. Fomentar una educación integral para el amor. Una educación que vaya más allá de técnicas para evitar embarazos y ETS, mostrando la dimensión afectiva y espiritual de la persona humana. En segundo lugar, fomentar un ocio creativo y atractivo, que ayude a eludir la tentación de caer en la barata y fácil respuesta del porno. Generar aficiones, de preferencia culturales, artísticas, deportivas, creativas, como herramienta educativa fundamental. De esta manera, cuando tenga un momento de ocio, cuando me encuentre solo, conmigo mismo, tendré alternativas. En tercer lugar, insistir en el carácter espiritual de la persona, no callarlo como si fuera un tabú. Tener en forma el alma es el mejor remedio, pues lleva a estar en paz y a gusto con uno mismo, sin necesidad de recurrir al porno.
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Mario Arroyo
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