Nuevos Mundos: Realidad y Depresión

En la vida nos encontramos no sólo con periodos de bonanza. Advertimos también la presencia de espacios de sufrimiento.

Tanto el bienestar como el abatimiento y la carencia, suelen presentarse con insistencia y continuidad en cada ser humano. No se pueden evitar en la vida presente. Son ámbitos duros, difíciles, a veces súbitos aunque no de carácter tan extraordinario como la emergencia sanitaria que padecemos.

Todo ser humano normalmente constituido enjuicia y valora de manera particular los eventos externos que se presentan a su consideración. Según la forma en que evaluamos los avatares de cada día, autogeneramos diversas emociones para responder a la exterioridad de los sucesos.

En este tiempo –y me refiero no sólo al relámpago de la pandemia– es indispensable colocar en un primer plano de vigilancia los pensamientos, al menos por ahora, porque son ellos y no los acontecimientos externos los que nos predisponen a sentirnos preocupados, tristes, desanimados y finalmente deprimidos.

Pensar positivamente no significa disposición a cierto optimismo facilón, sino más bien alinear en su justa dimensión la valoración personal que se ejercita sobre la externalidad que nos envuelve. En otras palabras, el mejor escenario posible para lograr la salud mental que tanto se necesita en el presente momento consiste en aceptar la realidad tal cual es.

La realidad es la que es. No es la que deseo, ni la que exijo o invento, ni la que pretendo. La realidad es justamente la pandemia inesperada y sus circunstancias repletas de interrogantes que carecen de respuesta –por ahora– debido a la novedad del tipo de coronavirus.

En la colaboración anterior expliqué el error de valoración “Todo o Nada”. Ahora deseo encuadrar solamente algunos perfiles de otro desliz aderezado con la etiqueta “Sobregeneralización” que radica, a grandes rasgos, en pensar que la pandemia se repetirá una y otra vez de ahora en adelante. Es una forma de ver la vida actual que resulta poco apropiada porque produce irritación, fracaso, impotencia.

Los siguientes pensamientos son distorsiones de sobregeneralización:

“Si la pandemia no termina ya, ahora o mañana, no podré sentirme bien”.

“Aunque salga librado de esta fase, me atacarán nuevos brotes. ¡Qué angustia!”.

Los dos pensamientos anteriores conducen directamente a la tristeza. Y cuando esta emoción se hipertrofia, el resultado es la depresión, escenario que a nadie se le puede recomendar.

Me parece más saludable pensar:

“Esta calamidad terminará tarde o temprano. Por ahora, vivimos las consecuencias que, ciertamente, a nadie favorecen. Pero no es el fin del mundo”.

Si integro a mi vida elementos trascendentes como la confianza en Dios y restituyo el concepto antropológico de la esperanza a su contenido vital original y, además, rescato las aportaciones de la ciencia médica, el panorama será alentador. Si persevero para dar jaque mate a la sobregeneralización, lograré desarrollar pensamientos más razonables para ver siempre el mundo desde el lado por el que el Sol luce con más claridad.
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Rubén Elizondo Sánchez

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