México, ¿en Modo banana split?

Comparto dos argumentos que esgrimen con frecuencia los intelectuales no cristianos contra los intelectuales cristianos:

Más o menos dicen así:

– “Tú aceptas contenidos de verdad que no pones en duda y, por lo mismo, son argumentos a priori. Se refieren a verdades dadas y eso te compromete con una verdad…”

– “Nosotros, en cambio, no partimos de verdades dadas, sólo buscamos la verdad. Como no aceptas analizar mis puntos de vista ni adoptas mi hermenéutica, tú solo te excluyes del diálogo racional. Renuncia a tu verdad y situémonos al mismo nivel…”

Encontré, para el caso, la siguiente argumentación de Juan Pablo II quien afirma: “La relación del cristiano con la filosofía –con la razón–, pues, requiere un discernimiento –distinción, diferenciación– radical”. “En este punto todo intento de reducir […la fe…] a pura lógica humana está destinado al fracaso. (Op. Cit. n.23)

Desde los orígenes, la fe cristiana respondió mejor. Apoyó a la razón, la iluminó, nunca la desorientó. Hasta podría decirse que el cristianismo irrumpió en la historia como la religión de la razón. ¿Su atractivo? Muy original y único: Una razón que trascendía completamente los modos humanos de pensar, pero que no los anulaba en modo alguno.

Esto demuestra, en mi opinión, que la inculturación de la Revelación cristiana en los modos de pensar grecolatinos no pudo ser fruto del azar.

La religión católica naciente expresaba la natural afinidad entre el Dios de Abraham y la filosofía griega que descubrió en la razón humana el instrumento para alcanzar la verdad.

La fe cristiana, lejos de operar como un retroceso a lo irracional, templó la razón misma y la espoleó hacia sus más altas cumbres. Curiosa esta fe de la Iglesia. Invitaba a los hombres a creer en el poder de su propia razón.

Tantos logros obtenidos en el campo de la técnica, el derecho, la filosofía, la ciencia, la literatura, etc. confirman la sospecha de que en Occidente, frente a las otras grandes civilizaciones, hemos jugado con ventaja. Con este fundamento, Europa se elevó por encima de la barbarie posterior a la caída del imperio romano de occidente.

A partir del s. II dC y en adelante, los intelectuales cristianos consumarán la unión entre el cristianismo y la cultura clásica grecolatina, que ha llegado hasta nuestros días.

Ahora más que nunca, se necesita una síntesis de saber humano. Pero no tipo “banana split” (una parte de chocolate, otra de plátano, un poco de helado, y cerezas).

Urge recuperar los conocimientos humanos que son perennes, que nunca cambian. La razón y la fe gozan de un lugar central en la formación humanista. Valores como libertad, racionalidad, individualismo, solidaridad, trabajo, sociabilidad, seguridad, eficacia, que informan nuestro actuar, implican un componente filosófico-teológico indiscutible.

En pocas palabras, el tejido de nuestra cultura occidental está forjado con los hilos maestros de Grecia, Roma y el Cristianismo. Vale la pena restablecerlos.

Creo conocer lo que México demanda en el siglo XXI: es indispensable asumir nuestros orígenes para lograr una idea clara de quién es el hombre, de su papel en el mundo, y del sentido de la propia vida.

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Rubén Elizondo Sánchez

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