La susceptibilidad nos puede atormentar

La joven Yolanda termina el último año de secundaria, y como sus padres tienen dinero, la invitan a un viaje por varios países. Es la única del curso que puede hacer algo semejante. Una amiga le pregunta si va a ir a la fiesta esa noche.

¿Qué fiesta?, interroga Yolanda

La de tu curso, ¿no te han avisado?

¡No!

Perdona, creo que he metido la pata.

No te preocupes. En mi curso nunca me han querido, son envidiosas.

A las ocho de la noche aparecen dos compañeras para invitarla a un lugar, pero es sorpresa. No le pueden decir dónde ni cómo. Ella tiene que ir. Yolanda les dice:

Sé que han organizado una fiesta entre ustedes, así que no cuenten conmigo. Ya sé que me tienen envidia. Y da un portazo.

La madre de Yolanda escucha el portazo y pregunta a su hija:

¿Te han venido a recoger tus amigas? Ayer me dijeron que te tenían preparada una fiesta sorpresa. Yo no debía decirte nada. Tu hermana ya se fue.

Este es un perfecto ejemplo de susceptibilidad. La persona distorsiona la realidad con sus prejuicios. La persona pierde entonces el manejo de la situación. La persona susceptible es altamente insegura. Ponderan en exceso el bienestar económico y el prestigio, porque la seguridad material se asocia a la seguridad personal. Cuando no son tomadas en cuenta, lo ven como una amenaza a su seguridad.

El Doctor Castañón afirma que “la intensidad de la respuesta susceptible, es proporcional al grado de inseguridad y subestima”.

Quienes presentan este cuadro son sensibles a toda provocación, no les gustan las bromas sobre ellas. Tampoco han aprendido a reírse de sí mismas. Todo es muy serio y rígido. Tienden al rencor, no olvidan fácilmente. Son revanchistas.

El Dr. Ricardo Castañón explica que “el susceptible sufre de autoestima baja, complejo de inferioridad, agresividad encubierta, cree que las personas confabulan frecuentemente en su contra. Imagina cómo responder a quienes le hagan bromas. Un perfil de este tipo hace que sus esquemas mentales interpreten los nuevos datos de forma distorsionada”.

A las personas susceptibles no se les puede educar con facilidad porque todo el tiempo piensan en sí mismas. Si una persona es susceptible y no lo reconoce, le va a echar la culpa de todo a los demás.

Difícilmente se mantienen relaciones duraderas con este tipo de personas. Las relaciones se truncan por esta capacidad insidiosa de desorganizar lo que está consolidado, que no estuvo pensado para ofender, pero ellos así lo interpretan. Por esta tensión sufren ansiedad, irritabilidad. Estas personas sufren y hacen sufrir. Deberían de plantearse una mayor serenidad, la auto aceptación, la estima y la capacidad de ser felices y hacer felices a los demás.

Nadie ha sido hecho para llevar una vida apagada, estrecha o constreñida a un espacio reducido, sino para “vivir a sus anchas”.

Nuestra falta de libertad proviene de nuestra falta de amor: nos creemos víctimas de un contexto poco favorable, cuando el problema real se encuentra en nosotros. Es nuestro corazón el prisionero de sus miedos o de su egoísmo; es él el que debe de cambiar y aprender a amar.

«El resentimiento es ira reprimida”

Cuando hay resentimiento estamos siempre de mal humor, nos quejamos de todo, nos volvemos sarcásticos e hirientes, todo criticamos, todo nos parece mal.

El resentimiento nos lleva a culpar y responsabilizar a otro por las aflicciones personales, por la ofensa o por la falta de alegría, y no se busca la respuesta dentro de uno mismo. Cuando no se cumplen las expectativas, quieres controlar todo y tienes planes y proyectos inflexibles e inamovibles.

Emmanuel Kant decía: “La impaciencia es la debilidad del fuerte y la paciencia la fortaleza del débil”.
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Martha Morales

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