Hay modos de mejorar la convivencia diaria

La grata convivencia no se improvisa ni se adquiere por generación espontánea. Requiere aprender a cuidar una serie de detalles fundamentales para hacerla más amable y cordial.

Quizá el punto de partida sea el tratar de comprender bien a los demás y adentrarnos en la situación de cada uno. Ningún individuo es idéntico a otro. Cada quien tiene su propia personalidad, su carácter, su temperamento, sus metas e ilusiones profesionales, familiares; sus propios gustos y aficiones.

Y es necesario captar cómo es cada quien para tratarlo adecuadamente. Existen personalidades apasionadas, otras detallistas, otras más, frías, cerebrales y metódicas. Ante una magnífica e importante noticia esas personas la reciben de diversas formas: las personalidades apasionadas quizá tengan expresiones de júbilo o gritos de entusiasmo. En cambio, las que son cerebrales probablemente dirán tan sólo: “- ¡Qué bien!” y punto.

Para que se genere una grata convivencia se deben de cuidar, en primer lugar, las normas de la urbanidad, de cortesía y de respetar a cada uno cómo es y cómo piensa. Para ello, es necesario conocernos a nosotros mismos, con nuestros defectos y virtudes.

También es fundamental el aprender a escuchar. Algunas personas conversan demasiado sobre sí mismas y eso a la larga resulta cansado. Es mejor la labor de escucha, como receptor, para luego poder emitir nuestros propios juicios y opiniones. Es decir, intercambiando serenamente los puntos de vista.

De la misma forma, tal y como se encuentra nuestro país en lo político y en lo económico, el hecho de insistir una y otra vez en algo tan sabido y comentado por los medios de comunicación, no puede ser interesante. Como tampoco el abundar en demasiadas malas noticias; en ser negativos o pesimistas.

Nuestra conversación se debe orientar más bien hacia todo aquello que resulte enriquecedor, sugerente, interesante. De esta forma, surgen intercambios de comentarios animantes y positivos.

Sin que suene a un autoelogio, hace poco me decía una Comunicadora: “Me gustan algunos de tus artículos porque abordas otros temas distintos y originales y no caes en esas opiniones de algunos comentaristas que son obvias, reiterativas y, por tanto, aburridas”.

En efecto, me parece que –ante la situación general del país- todos debemos hacer un esfuerzo por tratar de exponer temas de conversación constructivos y que aporten ideas e iniciativas creativas.

Es conveniente evitar todo lo que resulte molesto y desagradable. Por ejemplo: las críticas mordaces o hirientes, las continuas puyas o las burlas de desprecio hacia los demás. Porque el descalificar a los demás no conduce a nada positivo, sino que crea un mal ambiente y denigra al prójimo.

En cambio, las personas que saben reconocer las virtudes, los valores y logros de los demás genera un ambiente amable y cordial.

Es importante tener buen humor. Cuento con familiares y amistades que han desarrollado el arte de contar buenos chistes, de contemplar el lado gracioso y divertido de las cosas ordinarias. Eso se agradece mucho porque ¡es “la sal de la vida”!
Eso rompe la monotonía, la excesiva solemnidad en el trato y lleva a la sencillez, a la naturalidad y espontaneidad en la convivencia. Estas mismas personas son capaces de contar divertidas y amenas anécdotas que alegran la vida de los demás.

Tengo una hermana que es capaz de contar chistes por más de una hora. Mis primas le piden que cuente los mismos chistes. Y aunque mi hermana les diga:

“- Pero si esos chistes ya se los he contado. ¡Hasta un libro les mandé de chistes y bromas!”.

Ellas invariablemente responden:

“- Pero tú los cuentas muy divertidos y nos reímos mucho. ¡Vuélvelos a contar, por favor!”

Y así se inicia una agradable sesión de chistes y bromas que se enriquece con otros más que aportan los demás familiares y se logra tener una reunión sumamente divertida y agradable. Siempre he considerado que es un acto de caridad el brindar un rato de alborozo y regocijo a los demás y el procurar que pasen momentos inolvidables, entrañablemente familiares.

En definitiva, para convivir hay que darse generosamente a los demás sin esperar recibir nada a cambio y tener espíritu de servicio para que los demás sean felices.
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Raúl Espinoza Aguilera

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