El hecho de que se pueda votar no justifica los abusos del gobierno

Ryan McMaken
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

Uno de los aspectos más problemáticos de la Revolución Americana (problemático para el Estado) es el hecho de que la guerra de independencia americana era ilegal. Según la ley británica, el movimiento de secesión anunciado en Filadelfia 1777 y la guerra iniciada para defenderlo eran acciones criminales instigadas por delincuentes.

Además, el acto formal de secesión del Imperio Británico fue sólo un acto en lo que se estaba convirtiendo en una costumbre establecida de resistencia y desobediencia a la ley británica. En el momento de la revolución, el contrabando y evasión de impuestos en general se habían convertido en partes integrantes de la economía y mentalidad coloniales.

Desobedecer la ley británica: el pasatiempo favorito de los americanos

Esto se remonta al menos hasta 1733, cuando el Estado británico impuso la Ley de la Melaza, que establecía un impuesto sobre las melazas importadas de las colonias francesas. Esto resultaba muy costoso para los habitantes de Nueva Inglaterra, que no sólo producían mucho ron, sino que también bebían mucho ron. La resistencia al impuesto (y a impuestos posteriores) se extendió tanto que John Adams comentaba posteriormente que “las melazas fueron un ingrediente esencial en la independencia estadounidense”.

En su prólogo al libro de William McClellan Smuggling in the American Colonies at the Outbreak of the Revolution, David Taggart Clark escribe:

Las restricciones a las importaciones de las Indias Occidentales eran sistemática y persistentemente ignoradas, produciendo una situación de contrabando tan universal y casi tan respetable como para plantear la pregunta de si las operaciones de los mercaderes podían designarse adecuadamente con ese término.

Este desobedecimiento de las leyes persistió al encontrarse los propios colonos como peones en los juegos políticos de los políticos británicos. Los legisladores británicos limitaban el comercio colonial con el fin de obtener ventajas para Londres en la geopolítica o ayudar a los grupos nacionales con intereses especiales. Estas limitaciones comerciales se extendían por tanto mucho más allá de las Indias Occidentales donde el comercio de melazas era importante.

El resultado final fue, como concluye McClellan:

Los escrúpulos morales no tenían más peso entre los colonos en relación con el comercio de importación en general del que tenían en relación con el comercio de las Indias Occidentales y veremos que existía contrabando en estas últimas siempre que los colonos lo consideraran ventajoso.

Desobedecer las restricciones comerciales puede haber sido una parte importante de la plantación de las semillas de la revolución, pero el espíritu revolucionario acabó yendo mucho más allá de los asuntos de impuestos.

Como ha demostrado Murray Rothbard, la Revolución Americana incluía las ideas de los radicales la Guerra Civil Inglesa y sirvió como catalizador para muchas ideas radicales. Éstas incluían la abolición de la esclavitud (al menos en el Norte) y el fin de las Iglesias aprobadas por el Estado. También produjo la casi abolición de los odiados ejércitos permanentes a favor de las milicias locales, tal y como las veían los radicales de Inglaterra del siglo XVII. Y, por supuesto, la Declaración de Independencia establecía explícitamente el derecho moral a la separación política (es decir, la secesión) cuando los gobiernos se convierten en destructivos de los derechos del pueblo.

No hace falta decir que todo esto iba en contra del derecho británico. Era aberrante para las ideas de aquellos que controlaban el Estado británico y a quienes les hubiera gustado colgar a los revolucionarios americanos por traición, si hubieran tenido la oportunidad.

¿Por qué hay que cumplir ahora la ley?

Pero una vez que vemos que el propio Estados Unidos se formó a partir del desprecio por las leyes establecidas (pero injustas), esto presenta un problema para quienes quieren mantener el statu quo.

Taggart Clark veía este problema en 1912, preguntándose:

Pero el estudio del contrabando colonial debe al menos plantear una pregunta más profunda y tal vez más triste, la pregunta sobre si la consideración sensible por la majestad de la ley la sigue sufriendo el pueblo estadounidense por la injuria producida por la absurda oficiosidad legislativa de un parlamento inglés del siglo XVIII.

En otras palabras, ¿cómo conseguimos que estos estadounidenses respeten la ley, aunque su país fuera creado por incumplidores de leyes? Los revolucionarios apoyaban la secesión, el contrabando, la evasión de impuestos e incluso levantarse en armas contra el gobierno establecido. Esto no sería necesariamente un problema para el Estado y sus defensores, si no fuera por el hecho de que muchos estadounidenses continúan reverenciando a los revolucionarios y a la propia idea de la Revolución Americana.

Por tanto, el desafío es crear la impresión de que la lucha de los revolucionarios no tiene ninguna relevancia para el sistema político actual.

Esto puede hacerse de diversas maneras, pero quiero centrarme ahora en la estrategia que retrata a los revolucionarios americanos como un modelo irrelevante porque ahora tenemos “democracia”.

“La revolución está mal porque ahora tenemos democracia”

El argumento es algo así: la Revolución Americana estaba justificada en los viejos tiempos porque no tenían democracia. Sabemos esto porque se oponían a los “impuestos sin representación”. Así que aquellos impuestos, como el famoso impuesto sobre el té, estaban mal. Pero nada de eso se aplica hoy a Estados Unidos porque ahora tenemos democracia. Todos los impuestos están aprobados por “el pueblo” a través de las urnas. Si no te gustan los impuestos, sigues teniendo que cumplir la ley porque la democracia demuestra que las leyes son la voluntad del pueblo. Por supuesto, la secesión ya no es aceptable porque no es necesaria. Si hay leyes injustas, la gente puede sencillamente votar mejores gobernantes. Y entonces el problema se resolverá. Separarse y formar un nuevo país, por supuesto, es demasiado radical y antipatriota.

Y así sucesivamente.

Decir que esta explicación de la democracia es extremadamente ingenua sería quedarse corto. Este argumento no sólo fracasará en términos de cómo funciona realmente la democracia, sino que también ignora la verdadera historia de la Revolución.

Por ejemplo, los “impuestos sin representación” no eran el único agravio para los revolucionarios. De hecho, en la lista de abusos de la Declaración que justificaba la secesión colonial del imperio británico, el enunciado “gravarnos con impuestos sin nuestro consentimiento” es el decimoséptimo de la lista. Yo diría que, si ésta fuera la causa principal de la rebelión, podría aparecer algo antes en el documento. Por el contrario, aparece después de una larga lista de quejas acerca del nombramiento de jueces, excesivo poder militar y creación de “enjambres” de funcionarios reguladores, que el rey “enviaba aquí (…) para acosar a nuestro pueblo y comerse su sustancia”.

Además, la Declaración establece que el fin apropiado del gobierno es proteger “derechos” y que una vez un gobierno se convierte en “destructivo de estos fines, es derecho del pueblo alterarlo o abolirlo”. La Declaración no dice que el pueblo tenga un derecho a alterar o abolir un gobierno abusivo “salvo en caso de que haya elecciones regulares”. Para Jefferson, un gobierno abusivo es un gobierno abusivo. La democracia no hace de un abuso un no-abuso.

Tampoco la Declaración establece que, si la mayoría vota por algo, esto justifica que el gobierno lo haga. Si el 51% de la población vota año tras año imponer regulaciones onerosas, altos impuestos y cargos hostiles a la minoría, ¿diremos a la minoría que “no se permite ninguna resistencia porque tenemos democracia”?

Esa afirmación sería absurda y a lo largo de la historia puede verse cómo la democracia ha llevado a abusos mucho mayores que cualquiera de los infligidos sobre los colonos por la Corona Británica.

Así que la afirmación de que la resistencia y la rebelión se han convertido en tabúes por la democracia se basa en buena medida en fantasías e ilusiones.

Y, por supuesto, está el problema de la propia representación política. Como ha demostrado Gerard Casey, la idea de que los “representantes” elegidos puedan representar fielmente las necesidades y opiniones del público en general es altamente sospechosa en el mejor de los casos. Para ver esto, no tenemos más que mirar la realidad actual en Estados Unidos.

Por ejemplo, la mayoría de los miembros del Congreso son millonarios y, en promedio, cada miembro del Congreso tiene la riqueza de dieciocho familias estadounidenses. Los miembros también gastan la mayoría de su tiempo en Washington, comiendo chuletones con cabilderos y llevando un nivel de vida que la mayoría de los estadounidenses sólo podría soñar. Los miembros del Senado son todavía más ricos y más ajenos.

Cada miembro de la Cámara de Representantes también representa, en promedio, a casi 600,000 votantes, lo que significa que el voto de cada persona esencialmente no tiene valor para el cargo elegido. Conseguir hablar cara a cara con uno de estos “representantes” normalmente requiere hacer una gran “contribución política” a la campaña de reelección del político. ¿Cuál es la probabilidad de que tu representante comparta tu visión del mundo, tu religión, tu identidad étnica y tus intereses económicos? La respuesta probable es “cero”.

Pero para algunos, este modelo de representación política hace irrelevante toda desobediencia política, secesión y rebelión en el mundo actual. Con esta manera de pensar, ¿quién necesita una rebelión? ¡Tu millonario en el Congreso te representará fielmente! Salvo que, por supuesto, la mayoría elija repetidamente representantes que sean hostiles a tu manera de vivir.

Y finalmente, también podríamos indicar que incontables leyes y regulaciones estadounidenses son creadas, no por ningún cuerpo elegido, sino por la enorme burocracia no elegida y sin rostro que funciona fuera del alcance de los votantes. Cada año, miles y miles de nuevas normas (muchas de las cuales se aplican con enormes multas y encarcelamientos) se imponen sobre ciudadanos que no tienen ninguna manera de hacer responsables a los legisladores.

El espíritu revolucionario es tan relevante como siempre

La realidad de los antiguos revolucionarios es mucho más relevante para nuestros tiempos de lo que a muchos les gustaría admitir. Millones de estadounidenses están gobernados por una élite lejana e irresponsable. Los impuestos en forma de aranceles pueden aumentar (y están aumentando) por un presidente que puede crear estos nuevos impuestos con sólo una firma y sin ninguna votación en el Congreso. Como en el tiempo de la Revolución, las leyes creadas localmente se anulan por jueces distantes. Salvo que ahora lo llamamos “revisión judicial”.

“Pero no cuestionemos la legalidad del sistema”, se nos dice. No hablemos de secesión, o anulación, o desobediencia en absoluto. Todo es ahora “legítimo” porque tenemos democracia.

Por desgracia, mucha gente se lo cree.

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El artículo original se encuentra aquí.
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