Donald Trump y el arte del comercio de armas

William D. Hartung
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

Es una de esas historias del siglo que por alguna razón nunca se trata de esa manera. Durante unos sorprendentes 25 de los últimos 26 años, Estados Unidos ha sido el principal vendedor de armas del planeta, en algunos momentos de una forma casi monopolista. Sus principales fabricantes de armamento, incluyendo Boeing, Raytheon y Lockheed Martin, envían regularmente lo último en alta tecnología en armas y municiones a las áreas más explosivas del planeta con una amplia ayuda del Pentágono. En años recientes, la mayoría de esas armas han ido al Medio Oriente. Donald Trump es sólo el último presidente estadounidense que preside la prosperidad global en la venta de armas. Con un notable entusiasmo, se ha nombrado a sí mismo como el vendedor número uno de armas de Estados Unidos y no podría estar más orgulloso del trabajo que está realizando.

Por ejemplo, este mismo mes, el mismo día que el Congreso estaba debatiendo acabar el apoyo de Estados Unidos a la brutal guerra de Arabia Saudita en Yemen, Trump se dedicaba a una de sus actividades presidenciales favoritas: alardear de los beneficios económicos de la venta estadounidense de armas que está promoviendo. Estaba acompañado en este momento de fanfarronería por el príncipe coronado saudí, Mohammed bin Salman, el principal impulsor de esa guerra. Ese sórdido conflicto ha matado a miles de civiles mediante ataques aéreos indiscriminados, poniendo a millones en riesgo de muerte por hambre, cólera y otros desastres “naturales” causados al menos en parte por el bloqueo, liderado por los saudíes, de los puertos de ese país.

La crisis humanitaria favorecida por Washington proporcionaba el telón de fondo para la consideración del Senado de una propuesta copatrocinada por el senador independiente de Vermont, Bernie Sanders, el senador republicano de Utah, Mike Lee, y el senador demócrata de Connecticut, Chris Murphy. Pretendía acabar con el repostaje de combustible en el aire de Estados Unidos a los aviones de guerra saudíes y la ayuda adicional de Washington en el esfuerzo bélico saudí (al menos hasta que la guerra sea autorizada explícitamente por el Congreso). La propuesta generó un fuerte debate. Al final, en un tema que ni siquiera habría llegado a la sala del Senado hace dos años, 44 senadores, algo sin precedentes, votaron acabar con el apoyo de este país a las actividades bélicas saudíes. Sin embargo, la propuesta fue rechazada y continúa al sufrimiento en Yemen.

Sin embargo, el debate sobre las ventajas de esa guerra brutal era lo último que tenía en la cabeza un presidente que ve su abrazo del oso con el régimen saudí como una simple propuesta de negocio. Está tan entusiasmado por vender armas a Riad, que incluso llevó su propia propuesta a la reunión en la Casa Blanca con bin Salman: un mapa de Estados Unidos destacando cuáles de los 50 estados se beneficiarían más por esas ventas de armas al país del príncipe.

Sin duda no nos sorprenderá saber que Michigan, Ohio y Florida, los tres estados cruciales en las elecciones presidenciales de 2016, estaban especialmente destacados. Su última artimaña sólo subrayaba un simple hecho de su presidencia: las ventas de armas de Trump pretenden promover una política clientelista y al tiempo aumentar los beneficios de los fabricantes de armamento de Estados Unidos. Con respecto a los derechos humanos o las vidas humanas, ¿a quién le importan?

Para ser justos, Donald Trump no es el primer presidente estadounidense que se ocupa de promover agresivamente las exportaciones de armas. Durante una parte no precisamente destacada de su presidencia, Barack Obama demostró ser un excelente vendedor de armas. Hizo más ofertas armamentísticas en sus dos mandatos en el cargo que cualquier presidente de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial, incluyendo unos asombrosos 115,000 millones de dólares en ventas de armas a Arabia Saudita. Para el diminuto grupo de los que seguimos esas cosas, el mapa de Trump sólo subrayaba una realidad familiar.

En éste, además del mapa que relacionaba los empleos de Estados Unidos con las transferencias de armas a los saudíes, había pequeños recuadros que destacaban cuatro ventas específicas de armas por valor de decenas de miles de millones de dólares. Tres de ellas, que incluían el sistema de defensa de misiles THAAD , los aviones de transporte C-130, los aviones de guerra antisubmarina P-8 y los vehículos armados Bradley, se completaron de hecho durante los años de Obama. Para que se fíen de la afirmación de Donald Trump de ser un vendedor como nunca han visto antes. De hecho, se podría decir que la verdadera carrera armamentística hoy en día es entre presidentes estadounidenses, no entre Estados Unidos y otros países. Estados Unidos no sólo ha sido la mayor nación exportadora de armas del mundo a lo largo de este siglo, sino que el año pasado vendió el equivalente a una vez y media su rival más cercano, Rusia.

Abrazando a Lockheed Martin

Merece la pena señalar que tres de estos cuatro acuerdos saudíes se referían a armas fabricadas por Lockheed Martin. Es verdad que la relación de Trump con Lockheed empezó con mal pie en diciembre de 2016, cuando tuiteó su desagrado acerca del costo del avión de combate F-35 de esa compañía, el programa de armamento más caro nunca asumido por el Pentágono. Sin embargo, desde entonces, la relaciones entre el mayor contratista de defensa de la nación y el presidente más ensimismado de Estados Unidos se han atemperado considerablemente.

Antes de la visita de mayo de 2017 de Trump a Arabia Saudita, su yerno, Jared Kushner, el nuevo mejor amigo de Mohammed bin Salman, fue acusado de improvisar una cortina de humo, con un enormemente exagerado paquete de armamento de más de 100,000 millones de dólares que Trump podía anunciar en Riad. Lo que necesitaba Kushner era una lista de ventas o potenciales ventas de la que pudiera presumir su suegro (aunque muchos de los tratos los hubiera realizado Obama). Así que llamó a la CEO de Lockheed Martin, Marillyn Hewson, para preguntarle si podía rebajar el precio de un sistema antimisiles THAAD que la administración quería incluir en el paquete. Ésta aceptó y el acuerdo de 15,000 millones de dólares de los THAAD (todavía un precio enorme y la venta más lucrativa a los saudíes realizada por la administración Trump) siguió adelante. Para dorar la píldora a la realeza saudí, el Pentágono incluso perdonó una tasa de 3,500 millones de dólares normalmente requerida por ley y pensada para reembolsar al Tesoro el costo para los contribuyentes estadounidenses de desarrollar un sistema de armamento tan importante. El general Joseph Rixey, hasta hace muy poco director de la Agencia de Cooperación de Seguridad de la Defensa del Pentágono, que concedió ese perdón, posteriormente ha cruzado directamente la puerta giratoria de Washington y ha sido contratado (lo han adivinado) por Lockheed Martin.

Además, el ex directivo de Lockheed Martin, John Rood, es ahora el subsecretario de defensa para las políticas de la administración Trump, donde una de sus responsabilidades será evaluar… ¡no se sorprendan!… las ventas de armamento. En sus audiencias de confirmación, Rood rechazó decir que se recusaría en transacciones que afectaran a su antigua empresa, por lo que fue denunciado por los senadores John McCain y Elizabeth Warren. Como afirmaba Warren en un discurso oponiéndose al nombramiento de Rood:

Ningún contribuyente debería tener que preguntarse si los principales legisladores en el Pentágono están promoviendo las ventas de productos de defensa a ejércitos extranjeros por razones distintas de la protección de los Estados Unidos de América. (…) Ningún estadounidense debería tener que preguntarse si el Departamento de Defensa está actuando para proteger los intereses nacionales de nuestra nación o los intereses financieros de los cinco grandes contratistas de defensa.

Aun así, la mayoría de los senadores se mostraron impertérritos y se produjo la nominación de Rood en esa institución con un voto de 81 a 7. Ahora está en situación de ayudar a facilitar cualquier contrato de Lockheed Martin que puede encontrarse con palabras en contra de miembros del Pentágono o del Departamento de Estado encargados del escrutinio de las ventas de armas al extranjero.

Armando al planeta

Aunque Arabia Saudita puede ser el mayor receptor de armas de Estados Unidos en todo el planeta, no es el único cliente de Washington. De acuerdo con el cálculo anual del Pentágono de los acuerdos principales bajo el programa de Ventas a Ejércitos Extranjeros, el canal más importante para las exportaciones de armas de Estados Unidos, Washington llegó a acuerdos formales para vender armamento a 130 naciones en 2016 (el año más reciente para el que hay datos completos disponibles). Según un informe reciente del Cato Institute, entre 2002 y 2016 Estados Unidos envió armamento a 167 países, más del 85% de las naciones del planeta. El informe del Cato también señala que, entre 1981 y 2010, Washington suministró algún tipo de armamento al 59% de todas las naciones participantes en conflictos de alto nivel.

En resumen, Donald Trump ha seguido una superautopista de armas muy concurrida. Todos los presidentes desde Richard Nixon han seguido el mismo camino y, en 2010, la administración Obama consiguió acumular un récord de 102,000 millones de dólares en ofertas de armamento en el exterior. En un informe reciente que escribí para el Security Assistance Monitor en el Center for International Policy documentaba más de 82,000 millones de dólares en ofertas de armamento por parte de la administración Trump sólo en 2017, lo que representaba en realidad un ligero aumento con respecto a los 76,000 millones de dólares en ofertas realizadas durante el último año del presidente Obama. Sin embargo, era muy inferior a la cifra de 2010, de la que 60,000 millones de dólares provenían de los acuerdos saudíes para el avión de combate F-15, los helicópteros de ataque Apache, aviones de transporte y vehículos armados, así como armas y munición.

Sin embargo, ha habido algunas diferencias en las aproximaciones de las dos administraciones en el área de los derechos humanos. Bajo la presión de los grupos de derechos humanos, la administración Obama acabó suspendiendo las ventas de aviones a Bahréin y Nigeria, cuyos ejércitos son importantes violadores de los derechos humanos, y también un acuerdo de más de mil millones de dólares para bombas guiadas de precisión a Arabia saudita. Esa suspensión saudí representó la primera acción concreta de la administración Obama para expresar su desacuerdo con las campañas de bombardeos indiscriminados en Yemen por parte de Riad. Realizadas en buena parte con aviones, bombas y misiles suministrados por estadounidenses y británicos, ha incluido ataques contra hospitales, mercados, instalaciones de tratamiento de agua e incluso un funeral. Centrándose en el empleo y excluyendo preocupaciones humanitarias, Trump anuló las tres suspensiones de Obama poco después de asumir el cargo.

Alimentando el terrorismo y la inestabilidad

De hecho, vender armas a dictaduras y regímenes represivos alimenta a menudo la inestabilidad, la guerra y el terrorismo, como ha demostrado claramente la guerra estadounidense contra el terrorismo durante los últimos 17 años. Las armas suministradas por Estados Unidos también tienen la molesta costumbre de acabar en manos de los enemigos de Estados Unidos. Por ejemplo, en el cenit la intervención de Estados Unidos en Irak, las fuerzas armadas de ese país perdieron cientos de miles de rifles, muchos de los cuales llegaron a las manos de fuerzas que se resistían a la ocupación de Estados Unidos.

De forma similar, cuando los militantes del Estado Islámico entraron en Irak en 2014, las fuerzas de seguridad iraquíes abandonaron equipamiento estadounidense por valor de miles de millones de dólares, desde armas pequeñas hasta camiones militares y vehículos armados. El ISIS los puso de inmediato en uso contra los asesores de Estados Unidos y las fuerzas de seguridad iraquíes, así como contra decenas de miles de civiles iraquíes. También los talibanes han puesto sus manos en cantidades importantes de armamento estadounidense, tanto en el campo de batalla como comprándolos con descuento en el mercado negro a miembros corruptos de las fuerzas de seguridad afganas.

En el norte de Siria, dos grupos armados por Estados Unidos luchan ahora entre sí. Las fuerzas turcas se enfrentan a las milicias kurdas sirias, que han estado entre los combatientes más eficaces contra el ISIS, e incluso hay un riesgo real de que las fuerzas de Estados Unidos y Turquía, aliados en la OTAN, puedan encontrarse combatiendo directamente entre sí. Lejos de dar a Washington influencia sobre aliados clave o mejorar su eficacia en el combate, las armas y la formación de Estados Unidos a menudo simplemente espolean los conflictos y el caos, en perjuicio de la seguridad de Estados Unidos, por no hablar de la paz en el mundo.

Por ejemplo, en el terrible conflicto delegado en Yemen todos los bandos poseen al menos algo de armamento de Estados Unidos. Arabia saudita, por supuesto, es el mayor cliente de armamento de Estados Unidos y sus fuerzas armadas son un catálogo de armamento estadounidense, desde aviones y misiles antitanque hasta bombas de racimo, pero también se proporcionaron cientos de millones de dólares en ayuda militar estadounidense a las fuerzas del autócrata yemení Ali Abdullah Saleh durante sus 30 años de gobierno antes de ser derrocado en 2012. Sin embargo, posteriormente aunó fuerzas con los rebeldes hutíes contra la intervención liderada por los saudíes, llevándose con él una parte de las fuerzas armadas yemeníes y sus armas suministradas por Estados Unidos. (Él mismo sería asesinado por fuerzas hutíes al final del año pasado después de un altercado).

El plan de Trump: Más facilidades para los fabricantes de armas

La administración Trump está a punto de publicar una nueva directiva política sobre transferencias globales de armas. Un informe de Politico, basado en entrevistas con fuentes del Departamento de Estado y un miembro del NSC, sugiere que buscará facilitar más el proceso de aprobación de ventas de armas, en parte aumentando el papel ya importante del personal del gobierno de Estados Unidos en la promoción de dichas exportaciones. También eliminaría lo que una declaración del NSC ha descrito como “limitaciones no razonables sobre la capacidad de competir de nuestras empresas”. Para mantener esa prioridad, según el miembro del NSC, “la administración trata de garantizar que la industria estadounidense tenga todas las ventajas en el mercado global”.

En enero, un artículo de Reuters confirmaba esta postura, señalando que la nueva directiva destacaría la promoción de ventas de armas por parte de los diplomáticos de Estados Unidos y otro personal en el extranjero. Como dijo a Reuters un miembro de la administración: “Queremos ver a esos chicos, los adjuntos comerciales y militares, sin limitaciones para ser vendedores de esto, para ser promotores”.

También se espera que la administración Trump siga adelante con un plan, paralizado al acabar los años de Obama, para rebajar los controles sobre la exportación de armas de fuego estadounidenses. Las exportaciones de armas de fuego, ahora concedidas y revisadas por el Departamento de Estado, se pondrían en su lugar bajo la jurisdicción mucho menos estricta del Departamento de Comercio. Algunas armas de fuego podrían así exportarse a aliados sin ni siquiera una licencia, reduciendo la capacidad del gobierno de impedir que lleguen a redes criminales o a las fuerzas de seguridad de potenciales enemigos.

En septiembre de 2017, los senadores demócratas Ben Cardin, Dianne Feinstein y Patrick Leahy enviaron una carta al entonces secretario de estado Rex Tillerson expresando su preocupación acerca de dicho cambio. Como escribían: “Armas de combate y munición son excepcionalmente letales: se dispersan con facilidad y se modifican con facilidad y son los medios principales de lesión, muerte y destrucción en conflictos civiles y militares en todo el mundo, como tales deberían estar sometidas a controles y supervisión de exportación más rigurosos (no menos)”.

Si se sigue la opinión de Trump de una política exterior de venta de todas las armas en todo momento, puede llegar a los niveles de contratos de armamento a los que llegó la administración Obama. Como vendedor en jefe de armas en Washington, podría incluso conseguir vender armamento estadounidense como si no hubiera mañana. Sin embargo, dados los conocidos costos humanos de un tráfico de armas sin control, esa presidencia también aseguraría que cualquier futuro que acabara llegando resultara ser mucho peor que lo actual, salvo que, por supuesto, seas un gran fabricante estadounidense de armas.

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El artículo original se encuentra aquí.

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