De los ocho espíritus malvados / La soberbia (III)

Evagrio Póntico usa el término kenodoxía —de kenós “vacío, vano”, y dóxa, “opinión”— para explicar la imagen de sí mismo que el soberbio proyecta a los demás, con base en actitudes simuladas o ridículas por su trivialidad.

“No entregues tu alma a la soberbia y no tendrás fantasías terribles”.

¿Qué ganamos amando la gloria que da el mundo? Porque así como la gloria, la fama y el poder se recibe de otros, de la misma manera se pierden las tres. Las fantasías excesivas que provocan estos bienes desfiguran el entorno vital porque colocan al soberbio en dependencia de la voluntad de otro que las concede.

“El susurrar de las copas de los árboles aterroriza al soberbio y el sonido del agua destroza su alma”.

Difícilmente acepta que es polvo y barro, es decir, no puede soportar en su horizonte existencial a otros mejores que él. Así como el agua calma la sed de todos, el soberbio se cree indispensable en cualquier situación. Desea regular a los demás y no acepta ser regulado por ninguna voluntad superior. Desea dirigir la orquesta y, al mismo tiempo, tocar un instrumento. Quiere dirigir pero no acepta ser encauzado. Reconoce los errores ajenos pero no los propios.

¿De qué te enorgulleces oh hombre, cuando por naturaleza eres barro y podredumbre y por qué te elevas sobre las nubes?

Recuerdo el siguiente epitafio, que dice así: “Aquí yace Humberto Romero. De joven perdió la salud por hacer dinero. De viejo perdió el dinero para conseguir la salud. Aquí, sin salud y sin dinero yace Humberto Romero.” De un desacierto se originan diferentes y numerosos errores. De la soberbia nacen muchos desatinos. Y al final, todo acaba.

“Contempla tu naturaleza porque eres tierra y ceniza y dentro de poco volverás al polvo, ahora soberbio y dentro de poco gusano”.

El mundo resquebrajado del soberbio al fin se deshace y termina por devastarlo de forma ridícula y cruel. Desde cierta perspectiva —y de muchas maneras– la desaparición de ese ámbito puede ser el de tanta gente que comparte el espacio y el tiempo de este espíritu malvado, el más demoledor de todos.

Nadie escapa a los gusanos. Cuando nos encontremos con la muerte, dirán de cada uno en buen latín: ¡Caro dabit vermis! CA-DA-VER. Carne dada a los gusanos. Así concluye la parte corporal. ¿De que presumimos? Finalmente, todo termina en una aniquilación histórica
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Rubén Elizondo Sánchez

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