Cultura de la cancelación

— P. Santiago Martín
(Franciscanos de María)

Dicen que no hay nada nuevo bajo el sol y que lo que se vive en un momento concreto de la historia, de algún modo ya se ha experimentado antes. Siempre hay diferencias, claro, pero son más en lo que respecta a los medios para aplicarlo que en los fines que se buscan conseguir.

Me refiero a la actual “cultura de la cancelación”, que busca reescribir la historia y borrar todo vestigio que recuerde que ha existido algo diferente a lo que hoy se considera políticamente correcto.

Los romanos practicaron la “damnatio memoriae”, que era algo muy parecido a lo actual y que, literalmente, significa “condena de la memoria”. Cuando el Senado la decretaba, generalmente por orden del nuevo emperador, se procedía a eliminar todo lo que recordara al condenado, que solía ser un emperador anterior, el cual quizá había hecho lo mismo con el que le precedió. Se llegaba incluso a raspar sus rostros de las pinturas y a quitar sus nombres de los monumentos.

La “damnatio memoriae” la sufrieron emperadores tan importantes como Domiciano e incluso un emperador cristiano, el hijo de Constantino, Constantino II, ferviente defensor de la divinidad de Cristo y que fue quien liberó a San Atanasio de la cárcel donde le tenía encerrado su hermano arriano Constancio.

Pero no sólo lo hicieron los antiguos romanos. Otro ejemplo es el “kulturkampf” prusiano, que durante 7 años a partir de 1871, llevó al poderoso canciller del imperio prusiano, Bismarck, a declarar la guerra a todo lo católico, porque el partido político que los representaba, el “Zentrum”, se oponía a su centralismo.

Bismarck encarceló a todos los sacerdotes que lo criticaban en las homilías, estableció el control de las escuelas por parte del Estado, disolvió muchas órdenes religiosas y a otras, como los jesuitas, los expulsó de la nueva Alemania que él estaba forjando bajo el dominio de Prusia.

Hay muchos más ejemplos a lo largo de la historia, que nos indican que, al menos en esto, no hay nada nuevo bajo el sol.

La “cultura de la cancelación” es una reedición, con medios más poderosos, del intento de suprimir toda disidencia, a base de ensuciar la memoria de los que piensan de otra manera.

Ahora lo políticamente correcto es la agenda 2030, que incluye no sólo la lucha contra el cambio climático sino también el control mundial de la población, pues el laicismo ha asumido como un dogma de fe que el hombre es el mayor enemigo del hombre y que hay que reducir a toda costa su número para que algunos sobrevivan en la tierra. Para lograrlo no sólo están empeñados en bajar las emisiones de CO2, sino también en promover el aborto como un nuevo derecho humano, o la eutanasia, o la ideología de género, porque cuanto más se practique la homosexualidad menos niños nacerán.

Por otros motivos, pero al igual que hizo Bismarck, la Iglesia católica es el gran enemigo a batir, precisamente porque siempre ha defendido la libertad de la persona contra la dictadura del Estado -desde los mártires de Roma hasta los mártires del islam radical o del comunismo-.

No darse cuenta de lo que hay detrás de toda esta gigantesca campaña de desprestigio contra la Iglesia es no sólo pecar de ingenuo, sino que lleva a colaborar con ella.

Los energúmenos que derriban una estatua de San Junípero Serra en las ciudades que él fundó en California han sido manipulados y envenenados por los que mueven los hilos. La verdad no le importa a nadie, sólo importa ensuciar el nombre de la Iglesia para que no pueda oponerse a lo que promueve el nuevo orden mundial.

Para lograrlo rebuscan en la basura a fin de encontrar piedras que arrojar contra la que quieren destruir. Un ejemplo ha sido la gran campaña mundial sobre la pederastia del clero; no importa que, como en España, sólo el 0.20 por ciento de los casos de abusos se deban a sacerdotes, lo que importa es asociar al cura con la imagen de abusador, para que la Iglesia no tenga fuerza para oponerse al aborto.

Otro ejemplo es lo de los niños indígenas de Canadá, supuestamente maltratados y asesinados en las escuelas católicas; no importa que, de haber existido, haya sido de forma minoritaria, lo que importa es desprestigiar a la Iglesia. Pedir perdón por lo que se haya hecho mal está muy bien y no hay que tener miedo a la verdad. Pero la verdad incluye ver lo que se ha hecho bien, poner lo que se hizo mal en su contexto histórico y responsabilizar a quien era el máximo responsable de lo que se hizo mal -que en el caso de Canadá era el Gobierno-.

Sólo desde la verdad podemos y debemos pedir perdón. Lo otro es hacer el juego a los enemigos de la Iglesia, a los que rebuscan en la basura para hacer un “abuso del abuso” y conseguir que nos callemos ante su proyecto de nuevo orden mundial o que incluso, renegando, avergonzados, de nuestras raíces, nos sumemos con entusiasmo a ellos.

Ni la “damnatio memoriae” ni el “Kulturkampf” lograron sus objetivos a largo plazo, pero hicieron mucho daño. Ahora también lo está haciendo esta “cultura de la cancelación”. Pero si sus ideólogos supieran algo de historia sabrían que, lo mismo que sus predecesores, ellos también fracasarán.

Pidamos perdón por lo que se ha hecho mal, pero no hagamos el juego a los nuevos dictadores que, como los antiguos, son enemigos de la verdad y de la libertad.
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P. Santiago Martín

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