Cómo sobrevivió el comunismo gracias a la tecnología capitalista

Philip Vander Elst
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

A pesar del papel esencial desempeñado por los bancos centrales controlados por el Estado y las instituciones financieras a la hora de producir las condiciones que llevaron a la contracción global del crédito de 2008, los mercados libres y el “capitalismo”, en lugar del fracaso del gobierno, se han llevado todas las culpas de esa compleja crisis, y el marxismo y otras variedades de socialismo están de nuevo atrayendo el apoyo entusiasta de muchos jóvenes en nuestras universidades.

Sin embargo, por muy bienintencionado que sea, este renovado interés por el socialismo radical y la creencia de que ofrece buenas soluciones a nuestros problemas actuales ignora las lecciones que nos enseñaron los muchos experimentos socialistas fracasados del siglo XX, algunos de los cuales han sido descritos por dos economistas estadounidenses: Kevin D. Williamson, en su reciente libro The Politically Incorrect Guide to Socialism, y Thomas J. DiLorenzo, en su igualmente informativo y bien documentado nuevo estudio, The Problem with Socialism.

Lo que quiero hacer en este artículo, en este contexto, pero en un frente más estrecho, es llamar la atención de los lectores de izquierdas de mente abierta sobre el importante pero poco conocido y muy relevante hecho de que durante décadas la tecnología capitalista occidental sostuvo el fracasado experimento económico del comunismo soviético, rescatándolo de las consecuencias completas de sus debilidades sistemáticas inherentes hasta su desplome final en 1991.

Tecnología capitalista para la supervivencia soviética

El fracaso del modelo marxista en la Rusia revolucionaria posterior a 1917 y su posterior dependencia parasitaria del capitalismo occidental se explica con detalle en mi trabajo Capitalist Technology for Soviet Survival, publicado en 1981 por el Institute of Economic Affairs. Lo que hago aquí, una generación después, es ofrecer un breve resumen de algunos de los argumentos y evidencias relevantes presentados en ese trabajo. El que esto deba ser necesario casi 30 años después de la caída del Muro de Berlín fue recientemente subrayado por las opiniones expresadas por Fiona Lali, presidenta de la Sociedad Marxista en la School of Oriental and African Studies (SOAS) de la Universidad de Londres, durante una reciente entrevista en el programa Today, de Radio 4.

Preguntada sobre el fracaso del comunismo soviético, tras su comentario previo de que el capitalismo ya no era útil, “afirmó que ‘nunca tuvo la oportunidad de desarrollarse’ debido a la interferencia de Occidente”. No es sorprendente que el historiador británico Dominic Sandbrook, de cuyo artículo en el Daily Mail (22/1/2018) está tomada esta nota, comentara: “Mis pensamientos reales acerca de la versión de la historia de Ms. Lali no son apropiados para ser publicados” y se puede entender fácilmente su incredulidad.

Para empezar, la extendida creencia en la izquierda de que el comunismo soviético recibió una sociedad opresora y una economía rural atrasada, y de que posterior y heroicamente transformó esto en un Estado industrial avanzado y poderoso, mejorando los derechos de los trabajadores y los niveles de vida de las masas de población durante el proceso, es exactamente lo contrario de la verdad.

La verdad acerca del legado dejado por la Rusia prerrevolucionaria

Aunque la Rusia prerrevolucionaria estaba retrasada comparada con Gran Bretaña, Alemania y Estados Unidos, su economía estaba evolucionando rápidamente y su sociedad estaba realizando una importante liberalización en las últimas décadas del gobierno zarista. Durante 18 de los últimos 25 años antes del estallido de la Primera Guerra Mundial en 1914, la Rusia zarista disfrutó de la tasa más alta de crecimiento industrial en el mundo y en 1913 estaba alcanzando a Francia como la cuarta potencia industrial del mundo. Con respecto al progreso de la liberalización, a continuación incluyo un resumen de lo que se había logrado y que sorprenderá a muchos lectores, viniendo como viene de la pluma de un gran historiador y politólogo ruso de origen húngaro, el malogrado profesor Tibor Szamuely, un antiguo veterano del Ejército Rojo encarcelado por Stalin y exvicerrector de la Universidad de Budapest y profesor de política en la Universidad de Reading hasta su prematura muerte en 1971.

Cita de su panfleto, Communism and Freedom, publicado por el Conservative Political Centre en septiembre de 1969:

Pocas personas en Occidente saben hasta qué grado antes de la revolución, en los primeros años del siglo XX, había en la Rusia zarista una completa libertad de prensa, sin censura: incluso obras y libros bolcheviques se imprimían con libertad, había una completa libertad para viajar al extranjero, sindicatos independientes, tribunales independientes, juicios con jurado, un sistema bastante avanzado de legislación social, etc. La Rusia zarista tenía un parlamento, una Duma, con miembros elegidos de distintos partidos, incluyendo los bolcheviques. No era un parlamento completo en el sentido inglés de la palabra (el ejecutivo no era responsable ante el parlamento), pero hoy, en general, la Rusia prerrevolucionaria podría considerarse una democracia modelo y, comparada con la mayoría de los aproximadamente ciento veinte países que hay en la ONU, sería uno de los quince o veinte Estados más liberales del mundo.

Por el contrario, después de décadas de gobierno comunista, con su concentración de todo el poder, la propiedad y los recursos en manos del omnipotente Estado marxista, decenas de millones de personas habían muerto en represiones internas bajo Lenin y sus sucesores, las semillas de la libertad y la democracia habían sido totalmente eliminadas, los sindicatos se habían convertido en órganos pasivos y servidores del Partido Comunista, la corrupción se había convertido en universal y la masa de la población se había reducido a una condición de penuria, miseria y servidumbre.

Unos pocos hechos clave que muestran el fracaso económico del comunismo

A continuación, unos pocos hechos clave acerca de las condiciones materiales de la vida bajo el comunismo soviético.

Según investigadores como el profesor Sergei Propokovich, el Dr. Naum Jasny y Mrs. Janet Chapman, por ejemplo, los salarios reales de los trabajadores industriales soviéticos en 1970 apenas eran mayores que los de 1913. Igualmente, el economista suizo Jovan Pavlevski calculaba en 1969 que los salarios reales de los trabajadores industriales soviéticos sólo alcanzaron el nivel de 1913 en 1963. Pavlevski también descubría que los salarios reales de los trabajadores agrícolas soviéticos en 1969 sólo eran un 1.2% superiores a los de 1913. Además, merece la pena recordar que, al contrario que la mimada élite comunista, con sus elegantes apartamentos, villas en el campo y acceso privilegiado a bienes importados de lujo, los ciudadanos soviéticos tenían que soportar la miseria diaria de escaseces constantes en las necesidades más básicas, como detergente, hojas de afeitar, carne y verduras, y muchos otros productos que damos por supuestos en Occidente.

Esta imagen de esos patrones de vida generalizadamente bajos sufridos bajo el comunismo soviético entre 1917 y 1991 se hace todavía más oscura cuando se incluyen las evidencias de la extensa pobreza que existía entre la gente anciana y los habitantes de algunas de las antiguas repúblicas soviéticas más atrasadas. Así, según Ilja Zemstov, un exprofesor de sociología en el Instituto Lenin de Bakú (Azerbaiyán), que escribía en 1976, una de cada dos personas jubiladas en la Unión Soviética vivía en la pobreza y en la república soviética de Azerbaiyán el 75% de la población vivía por debajo de la línea de pobreza y allí había más viviendas sin agua corriente, electricidad ni baño que en toda Europa Occidental. Otros investigadores, que también escribían en la década de 1970, calculaban que aproximadamente la mitad de todas las viviendas en la Unión Soviética no tenían agua corriente ni saneamiento y el espacio vital por persona era sólo aproximadamente la mitad del disponible en Europa Occidental.

Pero tal vez el hecho más revelador que mostraba la quiebra económica del comunismo soviético fue el fracaso espectacular de su ineficiente e improductivo sector agrícola colectivizado. A pesar de representar sólo en torno al 3% del área agrícola total de la Unión Soviética, las diminutas propiedades privadas cultivadas en su tiempo libre por los granjeros colectivos soviéticos producían un tercio de la producción agrícola total del país.

Los defectos y debilidades inherentes del modelo marxista

Lejos de que el comunismo soviético no haya tenido “nunca la oportunidad de desarrollarse” debido a la interferencia de Occidente, como cree Fiona Lali, el endémico fracaso económico y carácter opresivo de la Unión Soviética derivaban inevitablemente de su modelo marxista de desarrollo económico y social. Una sociedad en la que el Estado posee y controla todos los sectores de la economía y es el único terrateniente, empresario, doctor, educador y proveedor de bienestar, no puede dejar de ser destructiva de la libertad, los incentivos personales, la creatividad y el emprendimiento, mientras que la planificación centralizada pública y monopolística, reflejando el conocimiento limitado y las teorías políticas de la burocracia gobernante, inevitablemente impide la innovación y el progreso técnico. Por eso se repitió la experiencia negativa del comunismo soviético en todas las demás revoluciones y países comunistas durante el último siglo.

A partir de estas verdades, resulta absurda la idea de que la interferencia occidental perjudicara el desarrollo y por tanto el éxito del experimento comunista en la Unión Soviética. Como se verá a continuación, la realidad fue exactamente la contraria. De una manera u otra, el capital, el “know-how” y la tecnología occidentales en realidad sacaron las castañas del fuego al comunismo soviético en casi todas las décadas de la existencia de la Unión Soviética, principalmente compensando su incapacidad sistemática antes mencionada para generar niveles importantes de innovación tecnológica nacional.

Mientras que no había nada que fallara de por sí en la calidad de la investigación científica soviética, las limitaciones de la planificación central y la ausencia de mecanismos e incentivos de mercado impedían la prueba sistemática de los frutos de la investigación frente a alternativas en competencia. En lugar de permitir que el conocimiento disperso, las opiniones y los talentos de millones de individuos, cooperando libremente en el mercado, determinaran el éxito o fracaso de nuevas ideas y descubrimientos, casi toda la actividad económica en la Unión Soviética estaba estrechamente limitada dentro de la camisa de fuerza al desarrollo impuesta por sus todopoderosos gobernantes comunistas; de ahí la necesidad de importar personal calificado, know-how y tecnologías de las sociedades más libres y dinámicas de Europa Occidental y Norteamérica. Además, esta necesidad era aún mayor, dada la falta de emprendimiento y habilidades creada por la liquidación física de muchos de los ciudadanos más productivos y educados de la Rusia prerrevolucionaria y por la “fuga de cerebros” de todos aquellos que, huyendo al extranjero, conseguían escapar de la prisión y la ejecución a manos de las bandas de asesinos y la policía secreta de Lenin.

El estudio pionero del Dr. Anthony Sutton

La increíble pero poco conocida historia de la forma y grado en que el capitalismo occidental fue al rescate del comunismo soviético la contó hace medio siglo, con abundante y fascinante detalle, un investigador estadounidense, el Dr. Anthony Sutton, un antiguo miembro investigador de la prestigiosa Institución Hoover en California, en su enorme estudio en tres tomos, Western Technology and Soviet Economic Development 1917-1965.

La conclusión clave de esta investigación histórica exhaustivamente documentada, basada en literalmente cientos de fuentes oficiales y extraoficiales occidentales y soviéticas y abundante en gráficos estadísticos, tablas, notas al pie de página y apéndices, fue que el 90% de toda la tecnología soviética era de origen occidental.

Para explicar esta conclusión con más detalle, el Dr. Sutton examinó 75 grandes procesos tecnológicos en sectores tan esenciales y diversos como minería, petróleo, productos químicos, construcción de maquinaria, aviación, comunicaciones, equipamiento agrícola, etc., y estimó el porcentaje originado en Rusia. Los sorprendentes resultados fueron: entre 1917 y 1930, 0%; entre 1930 y 1945, sólo un 10% y entre 1945 a 1965, un mero 11%.

Mientras que hubo algunos avances nacionales soviéticos entre 1930 y 1945 en el desarrollo de ametralladoras (!), goma sintética, técnicas de perforación de petróleo y calderas, esas mejoras fueron temporales y se abandonaron posteriormente a favor de diseños y procesos extranjeros. Entre 1946 y 1965, la mayoría del progreso y la innovación soviética dependió de la “ampliación” de plantas y tecnologías existentes importadas y copiadas de Occidente. Esto fue especialmente así en la fabricación de hierro y acero, la generación de electricidad y la tecnología de misiles.

Empresas occidentales famosas acuden a la Unión Soviética

La lactancia del capitalismo occidental al comunismo soviético empezó en la década de 1920, durante el periodo de la “nueva política económica” de Lenin, cuando se contrataron más de 350 concesiones extranjeras dentro de todas las secciones de la economía rusa, salvo muebles y accesorios. Entre las empresas extranjeras que acudieron a la Unión Soviética con sus técnicos, maquinaria y capital hubo nombres famosos como General Electric, Westinghouse, Singer, Du Pont, Ford, Standard Oil, Siemens, International Harvester, Alcoa, Singer, Krupp, Otto Wolf y muchos otros, incluyendo importantes empresas británicas, francesas, suecas, danesas y austriacas. Y su impacto beneficioso sobre la economía soviética fue enorme.

Así, por ejemplo, a finales de la década de 1920, el 80% de las perforaciones soviéticas de petróleo se realizaba con la técnica rotativa estadounidense y todas las refinerías habían sido construidas por empresas extranjeras. Como resultado de esta transfusión de capital y experiencia occidental, hubo una recuperación de la producción soviética desde casi cer0 en 1922, tras la guerra civil provocada por la toma del poder bolchevique en octubre de 1917, hasta las cifras previas a la Primera Guerra Mundial en 1928.

El mismo patrón se reprodujo en la década y media de 1930 a 1945. Durante estos años, las enormes plantas industriales construidas para los sectores de máquina herramienta, automóviles, aviación y molinos tubulares fueron construidas por empresas extranjeras, y se importaron 300,000 máquinas herramienta extranjeras de alta calidad entre 1929 y 1940. Además, durante la Segunda Guerra Mundial los soviéticos (a pesar de su traición previa al firmar el pacto nazi-soviético de 1939) recibieron 11,000 millones de dólares en recursos y equipo de Estados Unidos bajo el sistema de préstamo y arriendo.

La derrota de Hitler posteriormente permitió a la Unión Soviética saquear Europa Oriental para sus necesidades de posguerra. Dos tercios del sector de la aviación alemana, la mayor parte de su sector de producción de misiles, unos dos tercios de su sector eléctrico y toneladas de equipo militar fueron expropiados por Stalin. Las instalaciones alemanas de misiles adquiridas por los rusos incluían además la enorme fábrica subterránea de V-2 en Nordhausen y sentaron las bases del programa “Sputnik” soviético, así que incluso el muy pregonado programa espacial soviético debió mucho de su éxito a la apropiación por la fuerza de tecnología occidental. Como bonus añadido de la ocupación aliada de Alemania, los rusos recibieron el 95% de las plantas desmanteladas en la zona estadounidense, incluyendo bienes estratégicos como fábricas de aviones, rodamientos y munición.

La lactancia tecnológica del comunismo soviético por parte del capitalismo occidental continuó incluso durante el periodo de la Guerra Fría. Por ejemplo, de 1959 a 1963 la Unión Soviética compró al menos 50 plantas químicas completas para productos químicos no fabricados previamente por la Unión Soviética y las importaciones soviéticas se multiplicaron por diez entre 1946 y 1966: de 692 millones de rublos a 7,122 millones. Además de todo esto, en 1967 dos tercios de la flota mercante soviética había sido construida en Occidente.

Así que la evidencia es abrumadora. El comunismo soviético no fracasó porque no se le dio tiempo suficiente para perseguir sus objetivos totalitarios y asesinos, libre de la “interferencia occidental”. Fracasó precisamente debido a esos objetivos y a pesar de infusiones repetidas de capital, know-how y tecnología occidentales, durante un periodo de al menos cinco décadas.

El veredicto final de Alexander Solzhenitsin

Como siempre, la verdad esencial del asunto fue explicada de la manera más lúcida y clara por el mayor escritor y disidente ruso del siglo XX, el malogrado Alexander Solzhenitsin, en un discurso en 1975 a los sindicatos estadounidenses:

La economía soviética tiene un nivel extremadamente bajo de eficiencia (…) No puede tratar todos los problemas a la vez: guerra, espacio (que es parte del esfuerzo de guerra), industria pesada, industria ligera y al mismo tiempo la necesidad de alimentar a su propia población. Las fuerzas de toda la economía soviética están concentradas en la guerra (…) todo lo que les falta (…) lo obtienen de ustedes. Así que les están ayudando indirectamente a rearmarse. Están ayudando al Estado policial soviético.

Dejemos que los que defienden el marxismo en nuestras universidades ponderen estas coas y se pregunten si la causa que ahora defienden merece realmente su energía e idealismo.

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El artículo original se encuentra aquí.

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