Brasil, el giro a la derecha

Brasil tiene nuevo presidente: Jair Messias Bolsonaro. El gigante país sudamericano ha dado un giro histórico y monumental hacia la derecha. La llegada de Bolsonaro al poder representa el fin de más de 30 años de hegemonía cultural y política de la izquierda en Brasil.

El candidato del Partido Social Liberal (PSL) obtuvo este domingo 28 de octubre el 55% de los votos válidos: casi 58 millones de sufragios. Y Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT), el candidato del expresidente Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva, el 45%.

Así como en México la gente se hartó de la corrupción del gobierno priísta, en Brasil la gente se hartó de los desmanes del PT, de Lula y de Dilma.

Con una campaña modesta, que costó apenas 700 mil dólares recaudados a través de pequeñas donaciones, sin espacio en los grandes medios, enfrentando una onda sistemática de descalificaciones, y con todo el establishment cerrando filas en su contra, Bolsonaro impidió el retorno del lulopetismo al poder.

Lula pretendía regresar al Palacio de Planalto para continuar el proyecto de poder que quedó parcialmente truncado con la caída – vía impeachment – de la presidente Dilma Rousseff. Casi 60 millones de brasileños le dieron un rotundo ‘no’.

Desde la caída estruendosa del populista Fernando Collor de Mello en 1992, el país ha estado en manos de la izquierda. Primero con el reformista y edulcorado Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) y después con el socialista y de “masas» PT.

De 1995 a 2017 el PSDB – la derecha de la izquierda – y el PT – la izquierda de la izquierda que después, implementaron dos proyectos de poder diferentes pero hermanados.

Las investigaciones de los escándalos de Mensalão (compra de apoyo parlamentario por parte del gobierno Lula) y del Petrolão (desvío de recursos públicos de Petrobras) evidencian que el PT heredó del PSDB en enero de 2003 una extensa estructura de corrupción que fue mejorada, consolidada y ampliada en dimensiones insospechadas.

El sólido trabajo de la Operación Lava Jato, el multitudinario movimiento popular que provocó la caída de Rousseff y la inmensa movilización ciudadana que surgió para frenar la tentativa de imponer la ideología de género en el país son antecedentes directos del triunfo de Bolsonaro.

La inmensa mayoría de sus electores no emitieron un “voto ideológico”. No son derechistas, son ciudadanos comunes cansados con los desmanes del lulopetismo.

Son hombres y mujeres indignados por la enorme maquinaria de corrupción, molestos por el amplio proceso de cooptación de los diversos órganos del Estado por parte de un partido, hartos de una agresiva agenda cultural que agrede la vida y su familia.

Optaron por Bolsonaro y no le han endosado una carta en blanco. Es el primer presidente de derecha que el país tendrá desde la democratización. Han elegido recorrer un camino en el que nunca antes se habían aventurado porque la izquierda generó un ambiente profundamente tóxico que dividió al país.

Bolsonaro parece saber de ello y en su discurso de victoria, dijo a la multitud reunida frente a su casa: “Hago de ustedes mis testigos de que este gobierno será defensor de la Constitución, de la democracia y de la libertad. Eso no es una promesa de un partido, no es la palabra vana de un hombre; es un juramento a Dios, […] lo que ocurrió hoy en las urnas no fue la victoria de un partido sino la celebración de la libertad por parte de un pueblo”.

Un signo de respeto al pueblo y una respuesta al los que, dentro y fuera del país, le rotulan como una amenaza a la democracia.

El triunfo de Manuel Andrés López Obrador a mediados de este año despertó el aplauso de la prensa internacional y de diversos actores globales. La victoria de Bolsonaro, como la de Donald Trump, por el contrario, sufre ya de la descalificación inmediata, a priori.

El ‘odio progresista’ se levantó contra el brasileño, a pesar que su legitimidad es comparable a la del mexicano.

El fenómeno Bolsonaro es similar, en varios aspectos, al que México experimentó en las elecciones de 2000 y de 2018. Hay motivaciones muy parecidas que detonaron el gatillo del cambio.

Vicente Fox perdió la oportunidad de desmontar el sistema y fue devorado por él. López Obrador se presentó al elector como un hombre fuera del sistema y, en realidad, es una de sus crías y lo esta reconstruyendo, aún antes de recibir la banda presidencial.

Bolsonaro enfrentara una oposición feroz del PT y de casi todo el espectro de izquierda. Haddad, que no felicitó al ganador, ya lo anunció. Pero también tendrá una base parlamentaria suficientemente amplia para articular la aprobación de reformas estructurales en el Congreso Nacional.

Hace algunas semanas, Bolsonaro aseguró que él no es “un mesías, ni el salvador de la Patria; sino simplemente un punto de inflexión para nuestro país”.

Casi 60 millones de brasileños le han creído y tendrá la oportunidad única de demostrar que es posible ofrecer un gobierno decente, respetar los valores más caros de un pueblo, y generar bienestar y oportunidades para todos desde ese campo político tan defenestrado denominado “derecha”.

Mauricio Macri y Sebastián Piñera no van por ese camino. Iván Duque y, ahora Bolsonaro son una interrogante a develarse en breve. Lo que parece seguro es que, para bien o para mal, el giro a la derecha que hoy Brasil ha dado tendrá consecuencias para toda la región.

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Diego Hernández es periodista. Fue corresponsal de Notimex. Actualmente es editor del diario digital bilingüe D’Vox (www.dvox.co) y vive en Brasil.

Mochila Política 58
Año 2; Octubre 28, 2018
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