Ancianos y COVID-19

Para todos es bastante claro que, por lo menos en México, a los ancianos se les dio un tratamiento preferencial en el aspecto de la vacunación para prevenir su contagio por el COVID-19.

Recientemente estuve en una fila de un hospital público, donde una buena cantidad de derechohabientes estaban en la calle, antes de la salida del Sol, esperando para entrar a recibir un servicio de laboratorio clínico. La fila era relativamente larga y todos trataban de guardar más o menos la distancia prescrita. En medio del silencio de los que estaban esperando llegó un taxi que se estacionó en la parte más cercana a la puerta. El conductor se bajó y ayudó a un adulto bastante mayor a bajar del automóvil. Lo acercó a la banqueta, le ayudó a subir a la misma, y se retiró. El anciano pregunto a los que hacían cola por dónde había que formarse y de inmediato los que estaban cercanos a él le hicieron hueco. Alguno le dijo a los demás que estaban esperando, si aceptaban que se le dejara entrar, con lo que todos estuvieron de acuerdo, y el anciano tuvo un lugar. Casi inmediatamente una señora encontró en algún sitio un banco, lo ofreció al anciano, y una joven fue hasta la puerta del hospital y regresó con una silla de ruedas para que el anciano pudiera estar más cómodo.

Todo esto, sin protestas, sin enojos, con la aceptación de todos los que estaban en el lugar, lo cual no es algo común, pero nos muestra cómo la pandemia, que ha descubierto muchas carencias, ha dado visibilidad a los mejores sentimientos de la población.

Algunos minutos después llegó una joven, evidentemente familiar del anciano, y se hizo cargo de él. Pero ya había sido cobijado y apoyado por una serie de desconocidos, sin relación con él, y que se ocuparon de ayudarlo.

Independientemente de estas situaciones, hay un tema de salud mental del cual se ha hablado relativamente poco. El confinamiento ha separado muchas veces al anciano de sus familiares, sobre todo en las primeras etapas de la pandemia, lo cual vino a agravar el tema de soledad que enfrenta la gente de la tercera edad. Varios de ellos resintieron fuertemente el que se les separara de los hijos y de los nietos, sobre todo en los casos de aquellos ancianos que viven solos. Pero también los que viven en una familia extensa, acostumbrados a tener muchas veces una “soledad en compañía”, sintieron que el hecho de que toda la familia estuviera reunida durante todas las horas hábiles reducía el tiempo que podían tener para compartir con hijos y nietos.

¿Cuáles son las consecuencias médicas de este aislamiento? ¿De qué manera se deteriora la salud mental del adulto mayor qué resiente un mayor grado de aislamiento que el que de por sí estaba padeciendo debido a su edad?

Es claro que en nuestra sociedad el adulto mayor se siente cada vez más inútil, cada vez menos necesario, cada vez menos apreciado. Que reciban las vacunas antes, obviamente tiene un aspecto positivo. Pero también es cierto que, normalmente, el adulto mayor tiene menor contacto con hijos y nietos, aun cuando puede aprovechar las ventajas de la tecnología que le permite tener algún contacto, aunque no sea igual de satisfactorio. Ventajas que los adultos mayores están adoptando con singular alegría. Encontramos abuelas que son unas verdaderas tigresas del WhatsApp y del Zoom. Pero los abrazos y besos, los efectos del contacto físico no están ahí. ¿Cómo podemos suplir esa carencia del adulto mayor?

Estamos viviendo, en opinión de pensadores muy apreciados, la llamada cultura del descarte, que empieza en parte por un consumismo que lleva a sus víctimas a descartar una parte importante de sus propiedades, simplemente por razones de novedad o de moda, y que se ha ido trasladando a otros segmentos de la sociedad: a los pobres, a los que tienen alguna discapacidad, incluso los que tienen un origen racial diferente, y con mucha frecuencia a los ancianos. Una cultura que desecha a todos aquellos que por diversas razones no pueden aportar lo mismo que lo que aporta la parte mayoritaria de la población. Y, en el extremo, incluye también descartar a los niños, naturalmente incapaces de aportar a la economía de la sociedad y que son muchas veces vistos como una carga, con todas las consecuencias de esta manera de pensar.

El tema no es simple. Poner la economía en primer lugar, como ocurre en muchas tendencias políticas, tanto de derecha como de izquierda, está teniendo consecuencias desastrosas, al considerar que los que tienen menos que aportar deben ser desechados, descartados, discriminados.

Finalmente, una sociedad bien constituida, tiene claro que una parte de la sociedad, los adultos, se tienen que hacer cargo del apoyo a los niños, a los ancianos, a los pobres y a los discapacitados. La solución fácil es descartar a todos aquellos que no generan ingresos económicos similares a los que puede aportar la mayoría. Lo difícil es encontrar en nuestros corazones la compasión, en el buen sentido del término, para rechazar esa cultura del descarte y adoptar una cultura de solidaridad hacia todos.
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Antonio Maza Pereda
@mazapereda

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