Por qué medimos ahora el oro en dólares y no al contrario

Frank Shostak»
Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

Antes de 1933, el nombre “dólar” se usaba para referirse a una unidad de oro que tenía un peso de 23.22 granos. Como hay 480 granos en una onza, esto significa que el nombre dólar también significaba 0.048 onzas de oro. Lo que a su vez significa que una onza de oro equivalía de $20.67.

Observemos que $20.67 no es el precio de una onza de oro en términos de dólar para el pensamiento popular, pues no existe un ente llamado dólar. Dólar es sólo un nombre para 0.048 onzas de oro. Sobre esto, Rothbard escribía:

Nadie imprimiría dólares en un mercado puramente libre porque, de hecho, los dólares no existen: sólo son productos, como el trigo, los coches y el oro.[1]

Igualmente, los nombres de otras divisas representaban cantidades fijas de oro. La costumbre de considerar estos nombres como entes distintos del oro apareció con la aplicación del patrón papel.

A lo largo del tiempo, al ir asumiendo una vida propia el papel moneda, se hizo aceptable establecer el precio del oro en términos de dólares, francos, libras, etc. (lo absurdo de todo esto alcanzó nuevas cumbres con la introducción del sistema de moneda flotante).

En un mercado libre, las monedas no flotarían entre sí. Se intercambiarían de acuerdo con una definición fija. Si la libra británica equivale a 0.25 onzas de oro y el dólar equivale a 0.05 onzas de oro, una libra británica se intercambiará por cinco dólares.

Este intercambio deriva del hecho de que 0.25 onzas son cinco veces 0.05 onzas y eso es lo que significa el intercambio 5 a 1.

En otras palabras, el tipo de intercambio entre ambos se fija en su peso proporcional en oro, es decir, una libra británica = cinco dólares de EEUU.

El absurdo de un sistema de moneda flotante no es distinto de la idea de tener un mercado flotante de precios de dólares en términos de centavos.

Cuántos centavos equivalen a un dólar no es algo que esté sujeto a fluctuaciones. Está fijado eternamente por definición.[2]

El actual sistema de tipo flotante de cambio es un subproducto del previamente desacreditado sistema de Bretton Woods de tipos fijos de cambio de divisas que estuvo funcionando entre 1944 y 1971.

Dentro del sistema de Bretton Woods, el dólar de EEUU servía como divisa de reserva internacional a partir de la cual todas las demás monedas podían acumular su dinero y crédito.

El dólar a su vez estaba ligado al oro a $35 la onza. A pesar de su supuesta ligazón con el oro, sólo gobiernos y bancos centrales extranjeros podían cambiar sus dólares por oro.

Un gran catalizador del desplome del sistema de Bretton Woods fueron las políticas monetarias laxas del banco central de EEUU, que empujaron el precio de oro en el mercado del oro por encima del oficial de $35 la onza.

El precio, que estaba en $35/onza en enero de 1970, saltó a $34/onza en agosto de 1971, un aumento de casi un 23%.

El creciente margen entre el precio del mercado del oro y los oficiales $35 por onza crearon una enorme oportunidad de beneficio, que algunos bancos centrales europeos decidieron ejercitar reclamando al banco central de EEUU que redimiera sus dólares por oro.

Como los estadounidenses no tenían suficiente oro para respaldar todos los dólares impresos, tuvieron que anunciar la quiebra efectiva y eliminar cualquier relación entre dólar y oro en agosto de 1971.

Para salvar la quiebra del sistema, los legisladores han adoptado la recomendación de Milton Friedman de permitir un patrón de libre flotación.

Mientras que en el marco del sistema de Bretton Woods el dólar tenía alguna relación con el oro y las demás divisas se apoyaban en el dólar, todo eso ha desaparecido. En el marco flotante, no hay más limitaciones sobre la impresión de moneda. Según Murray Rothbard:

Una virtud de los tipos fijos, especialmente con el oro, pero incluso hasta cierto punto con el papel, es que controlan la inflación nacional de los bancos centrales. La virtud de los tipos flotantes (que impiden crisis monetarias debido a divisas valoradas arbitrariamente) es algo medio bueno, porque al menos esas crisis proporcionaban una muy necesaria restricción sobre la inflación interna.[3]

A través de las políticas de coordinación los bancos centrales mantienen un bombeo monetario sincronizado para mantener las fluctuaciones de los tipos de cambio tan estables como sea posible.

Evidentemente, en el proceso esas mismas políticas ponen en marcha un proceso persistente de empobrecimiento mediante un consumo que no está respaldado por la producción de riqueza real.

Además, dentro de este marco, si un país trata de aprovecharse y deprecia su moneda por medio de una postura monetaria relativamente más laxa, genera el riesgo de que otros países hagan lo mismo. Consecuentemente, la aparición de devaluaciones competitivas es una forma segura de destruir la economía de mercado y enviar al mundo a un periodo de crisis.

Sobre esto, Mises escribía:

Una aceptación general de los principios del patrón flexible debe por tanto generar una carrera entre naciones por imponerse a otras. Al final de esta competición está la completa destrucción de los sistemas monetarios de todas las naciones.[4]

…….

El artículo original se encuentra aquí.

[1] Murray N. Rothbard “The Case for a Genuine Gold Dollar”, en Llewellyn H. Rockwell, Jr., The Gold Standard: An Austrian Perspective (Lexington, Mass: D.C. Heath, 1985), pp. 1-17.

[2] Ibíd.

[3] Murray N. Rothbard, Making Economic Sense, Mises Institute, p. 256.

[4] Ludwig von Mises, Human Action, 3rd revised edition, Contemporary Books, Inc., p. 791. [La acción humana]

redaccion.nuevavision@gmail.com

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