Noventa años después…

23 de noviembre de 2017, fiesta por todo lo alto en el templo de la Sagrada Familia que tienen los jesuitas en la Colonia Roma de la Ciudad de México.

Y no es para menos, ya que, en esta fecha, se cumplen noventa años de aquel 23 de noviembre de 1927 en que el beato Miguel Agustín Pro fuera fusilado por órdenes expresas del entonces presidente Plutarco Elías Calles.

Durante décadas, la Iglesia guardó un prudente silencio, puesto que, con toda razón, temía molestar a la “Dictadura Perfecta” que, mediante el partido único, controlaba al país. Dicho partido fue fundado por el general Calles.

Por ese motivo, deseando evitar viejas heridas y, por lo tanto, provocar una nueva persecución, fue que la Iglesia dejó pasar el tiempo.

Entretanto, las heridas iban cicatrizando, los principales protagonistas iban abandonando el escenario y la “Dictadura Perfecta” se iba cayendo a pedazos…

Y mientras ese tiempo que todo lo cura iba transcurriendo, quienes estudiaron a fondo aquel hecho histórico fueron recabando la necesaria información que Roma les pedía con insistencia.

Y fue así como se llegó al glorioso 25 de septiembre de 1988, en que San Juan Pablo II tuvo la valentía de beatificar a quien, sin lugar a dudas, es un auténtico mártir de Cristo.

Y vaya que lo es, puesto que el Padre Pro fue fusilado (“asesinado”, sería la palabra adecuada) sin haber sido sometido a un juicio mediante el cual se hubiera podido probar su inocencia en el atentado contra Álvaro Obregón en que lo habían implicado.

Era tanto el odio que Calles le tenía por el apostolado que realizaba, que incluso sus esbirros rechazaron el amparo que, ordenando suspender la ejecución, presentó el licenciado Luis E. MacGregor, que había sido concedido por el juez Julio López Masse.

Pocos días después de su martirio, el general Álvaro Obregón, al ser interrogado sobre el caso, respondió con cinismo:

Cuando nos pica un escorpión no lo dejamos vivo; tomamos una linterna para buscarlo y, si encuentras otro escorpión, no lo dejamos vivo porque no ha sido el que nos ha mordido, lo matamos porque con su veneno puede envenenarnos”.

Claramente se ve cómo Obregón y demás gobernantes anticatólicos de aquel tiempo se movían impulsados por el odio: El Padre Pro era sacerdote y había que matarlo a como diese lugar.

El entierro del Padre Pro y restantes mártires fue algo apoteósico, que bien podría calificarse como un acto multitudinario de beatificación popular.

Tanto Calles como Obregón tuvieron un triste final.

Antes de que se cumpliera un año del martirio del Padre Pro, el general Obregón fue ejecutado en el Restaurante “La Bombilla”.

Cuando ya Calles no pintaba nada dentro de la política debido a que Lázaro Cárdenas le había quitado todo el poder, en octubre de 1945 falleció, mientras en esos momentos en las calles se escuchaban las aclamaciones que el pueblo le tributaba al Cardenal Rodrigo Villeneuve, quien, representando al Papa Pío XII, venía a celebrar los cincuenta años de la coronación de la Virgen de Guadalupe.

Calles murió amargado al saber cómo un Cardenal pisaba por vez primera territorio mexicano y lo que más le dolía comprobar fue que la religión católica no pudo ser exterminada.

La sangre de los mártires es semilla de cristianos”, bien lo dijo Tertuliano.

Desde que el Padre Pro fue martirizado, han pasado noventa años, y ahora se espera que Roma apruebe el milagro que falta para que este mártir jesuita se convierta en todo un San Miguel Agustín Pro.

Roma avanza a paso lento, no tiene prisa, pero avanza. Y no podía ser de otro modo, debido a que tiene por delante toda la eternidad.

En cambio, los enemigos de la Iglesia se encuentran atrapados dentro de la estrecha jaula del tiempo y del espacio.

Han pasado noventa años. Varios posibles milagros son analizados a conciencia por la Santa Sede.

Que nadie se extrañe que, un feliz día, en el momento menos pensado, el Papa Francisco -jesuita como el Padre Pro- haga que nos desayunemos con una muy buena noticia.

redaccion.nuevavision@gmail.com

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