La intolerancia de los tolerantes

“Que nadie se sienta incómodo” es una predilección políticamente correcta que pretende estrechar la libertad de expresión y de simple opinión, en favor de pequeñas ideologías al servicio de intereses particulares.

Probablemente vivimos ya en la peculiaridad de una nueva sociedad de inexpresividad, que llama la atención por la abundancia con que la utilizan los mass media en su cháchara habitual. No deja de ser el enunciado de un discurso que coloca en niveles inferiores a quien pretenda hablar con verdad y con certeza. Ahora se aplica la tolerancia como valor necesario y dominante. En realidad, a la tolerancia le convienen límites.

Si usted posee certidumbres intelectuales y sólidas per se que incomodan a quienes piensan diferente, le recomendarán almacenarlas en su interior en vez de manifestarlas abiertamente. Lo curioso es que, a base de evadirlas y no exponerlas, acaban incrustándose en el imaginario representativo de la intolerancia de quienes interceden a favor de la tolerancia.

¡Vaya tinglado de comunicaciones y noticias dirigidas al ocaso del sentido común!

Es el insólito gallardete enarbolado por diversos medios de comunicación en las últimas décadas del México intenso. Casos pintorescos y posiblemente ya costumbristas persisten en silenciar las palabras incómodas. Usanza extendida y legitimada por incomparables universidades e intelectuales “progres”. Y todo, al parecer, en nombre de la protección de las minorías que requieren “espacios protegidos”, según dicen.

Lo que parece indudable es la predilección por defenderse de supuestas “microamenazas”, y desvanecer vocablos que pueden retar sus convicciones. Porque, a decir verdad, la tolerancia que piden los medios de comunicación es la misma tolerancia que no otorgan. Me parecen signos de una sociedad ciertamente “avanzada” en tecnología, pero cada vez más cercana al barranco del oscurantismo ético general.

Arquímedes garantizó: “Dadme un punto de apoyo y moveré el Mundo”. En el decurso de la intelectualidad moderna o, si se quiere, posmoderna, la cautela es cada vez más escrupulosa, pues ahora resulta que el punto de apoyo consiste en carecer de punto de apoyo. Es la encantadora manera de andar a la deriva.

Aquí, dos joyas de muestra para que nadie se sienta incómodo y reciba las mercedes de la intolerancia de los que se llaman tolerantes:

La primera de ellas, escuchada en una estación de Radio Fórmula: que cada uno haga lo que quiera, cada uno es libre de hacer lo que desee… Ahhhh… pero la hija de EPN nunca debió traer a un tatuador de Estados Unidos.

La segunda, escuchada en otra frecuencia: cada uno puede decir lo que desee, lo que quiera, libertad de expresión… Ahhh, pero AMLO dijo “corazoncitos”, ¿cómo es posible que hable así?

Si se trata de tolerar, entonces no puede haber crítica ni comentario alguno ni a favor ni en contra, porque todas las opiniones serían verdaderas. Pero como la realidad no es así, triunfa la ley del más fuerte, la ley de quien detente más poder en orden a influir en más millones de radioescuchas.

La tolerancia bien entendida es tolerancia con la persona, e intolerancia con el error. Esto es así, porque el ser humano es más río que estatua. ¿Libertad de expresión? Si. Mientras más mejor. Pero hay límites: por un parte, el respeto a los demás; por otra, la prudencia al expresarse.

¿Y de la verdad, qué decir? Basta distinguir que no se puede atribuir al error el status de verdad. Del error no suele aflorar la verdad. O, dicho de otra manera: no se puede sacrificar la verdad en el altar de la libertad.

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Rubén Elizondo Sánchez

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