¿En qué sentido son representativos los representantes políticos?

Gerard N. Casey
«Cortesía de la Biblioteca Ludwig von Mises»

[Extracto de Libertarian Anarchy Against the State, cap. 6: Deslegitimando al estado]

¿Qué significa que una persona representa a otra? Bajo circunstancias normales, quienes nos representan lo hacen a nuestra solicitud y dejan de hacerlo a nuestra voluntad. Actúan siguiendo nuestras instrucciones dentro de los límites de ciertas indicaciones y somos responsables de lo que hacen como nuestros agentes. La característica esencial de la representación por agente es que este es responsable ante su representado y está obligado a actuar a favor de los intereses de este. ¿Es esta la situación con respecto a mis supuestos representantes políticos? Los representantes políticos (usualmente) no son responsables legalmente ante aquellos a quienes supuestamente representan. De hecho, en los estados democráticos modernos, la mayoría de los supuestos representados les resultan desconocidos. ¿Puede un representante político ser el agente de una multitud? Esto tampoco parece probable. ¿Qué pasa si hay múltiples representados y tienen intereses divergentes? Un representante político debe en este caso dejar de representar necesariamente a uno o más de los representados. Lo más que puede hacer en estas circunstancias el político es servir a los muchos y traicionar a los pocos.[1] En este escenario político tan normal, no es que sea difícil representar a un electorado: es más bien imposible.[2] No hay un interés común en el electorado en su conjunto o, si lo hay, es tan raro que es prácticamente inexistente. Siendo así, no hay nada que representar.

Algunos pueden no estar de acuerdo con la noción de representación aquí presentada y argumentarán que hablamos de un fenómeno considerablemente más complejo, que la representación política es solo un ejemplo de una variedad de tipos de representación, que la representación puede ser simbólica,[3] formal, religiosa[4] o icónica. En primer lugar, aunque mis comentarios se apliquen principalmente a la representación como agente, pueden hacerse consideraciones similares en la representación como fideicomisario, diputado, comisionado y similares. Repito, igual que en el caso de nuestro drama en la isla desierta, la base conceptual puede entenderse a partir del único ejemplo de la representación como agencia: hay poco a conseguir, salvo un relajante tedio, en la práctica de la inaplicabilidad de los demás tipos paradigmáticos de representación política.

Habiendo examinado exhaustivamente los diversos casos de representación no problemática (agente, fideicomisario, diputado, comisionado y otros), Pitkin lamentablemente concluye que ninguno de ellos parece capaz de asumir la carga que debe asumir la representación política si tiene que ser apropiadamente robusta. La representación política “no es un agente, ni un fideicomisario, ni un diputado, ni un comisionado: actúa para un grupo de personas sin un interés único, la mayoría de las cuales parecen incapaces de formarse una voluntad concreta sobre cuestiones políticas”.[5] Es difícil ver cómo puede expresarse esto más claramente. Tal vez se piense que ese estado de confusión conceptual llevaría a renunciar a cualquier idea de descubrir una explicación coherente de la representación política, pero Pitkin sigue adelante. Se pregunta si deberíamos abandonar la misma idea de representación política y considera la posibilidad de que “la representación política sea solo una ficción, un mito que forma parte del folklore de nuestra sociedad”.[6] Más radicalmente todavía, se pregunta si no deberíamos “sencillamente aceptar el hecho de que lo que hemos estado llamando gobierno representativo es en realidad una competencia de partidos por el cargo”.[7]

A uno le tienta decir: ¡Sí!, ¡sí!, pero Pitkin dice: ¡No!, ¡no! Piensa que tal vez sea “un error aproximarse a la representación política demasiado directamente a partir de diversas analogías de representación individual: agente y fideicomisario y diputado”[8] abandonando de una vez su supuesto de trabajo de un núcleo semántico en el corazón de la noción de representación. Una vez abandona la idea nuclear común, procede a sugerir un tipo de explicación institucional o sistémica.

La representación política es sobre todo una disposición política institucionalizada que afecta a muchas personas y grupos y opera en las formas complejas de las disposiciones sociales a gran escala. Lo que la hace representación no es una acción única por parte de un participante, sino la estructura general y el funcionamiento del sistema, los patrones que derivan de las actividades múltiples de muchas personas. Es representación si el pueblo (o un electorado) está presente en la acción pública, aunque no actúen literalmente para ellos mismos.[9]

Dado lo que ha estado requiriendo hasta este punto, esta recomendación en un acto de desesperación. Resulta que es esto. Nada de los usos paradigmáticos del término “representación” mostrados en los diversos ejemplos que considera Pitkin (diputado, agente y otros) basta para dar sentido a la idea de representación política, así que Pitkin inventa una explicación sistémica estipulativa y no detallada de representación, que no tiene ninguna base en nuestro uso ordinario de ese término. En lugar de representar a personas, tenemos que representa a todo un sistema. Tenemos que olvidar que hemos sido incapaces de dar ningún sentido a la representación política individual; podemos mandar al desván el problema ignorando a la persona y haciendo que el mismo sistema sea representativo, aunque de una manera algo misteriosa y pendiente de explicación. Arriesguémonos a caer en la falacia de la composición y afirmemos que, si no es posible la idea de explicar la representación política por medio del análisis de acciones individuales de agencia, fideicomiso y demás, el problema difícilmente se resuelve planteando simplemente “el sistema” como superagente de representación. Voy más allá: la explicación sistémica no solo es inútil, sino ofuscadora, pareciendo explicar cuando en realidad sencillamente esconde el problema bajo una alfombra pseudoexplicativa de una manera que recuerda la postulación del “poder dormitivo” por el doctor en Le Malade lmaginaire de Moliere como explicación de las cualidades soporíferas del opio. Por supuesto, esto es como explicar lo oscuro con lo más oscuro y es también un sorprendente ejemplo lo que Alfred North Whitehead llamaba “la falacia de la concreción desplazada”.

Si se quiere mantener la idea, la democracia representativa o indirecta requiere un concepto claro, sólido y defendible de representación. Esa concepción no está disponible y es dudoso que lo esté alguna vez. Solía decirse que solo tres cosas eran definitivamente verdad en el Sacro Imperio Romano: no era sacro, no era imperio y no era romano. Igualmente, hay dos cosas que son definitivamente verdad en la democracia representativa: no es democracia ni es representativa. Al final, la representación es una hoja de parra insuficiente para cubrir el hecho desnudo y brutal de que, incluso en nuestros complejos estados modernos, por muy elegantes que sean las palabras y muy persuasiva que sea la propaganda, algunos gobiernan y otros son gobernados. La única pregunta, como señalaba Humpty-Dumpty en A través del espejo, es: “Quien manda… Eso es todo”.[10]

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Notas:

[1] Aquí reconozco mi evidente deuda con el pensamiento de Lysander Spooner.

[2] H.F. Pitkin, The Concept of Democracy (Berkeley: University of California Press, 1967), p. 215; pp. 219-220.

[3] Un ejemplo de representación simbólica se produce cuando Elrond elige la Compañía del Anillo en El señor de los anillos de Tolkien. Dice: “En cuanto al resto, representarán a los demás pueblos libres del mundo: elfos, enanos y hombres. Legolas lo hará por los elfos y Gimli, hijo de Gloin, por los enanos. (…) Por los hombres, tendréis a Aragorn”, J.R.R. Tolkien, Lord of the Rings: The Fellowship of the Rings (Londres: Harper Collins, 1969), p. 362. [El señor de los anillos: La comunidad del anillo]

[4] Un ejemplo de representación religiosa puede darse cuando se dice que un sacerdote católico representa a Cristo en el sacramento de la confesión cuando dice: “Ego te absolvo…”.

[5] Pitkin, The Concept of Democracy, p. 221.

[6] Ibíd.

[7] Ibíd.

[8] Ibíd.

[9] Ibíd., p. 221-222. Toma de nuevo esta idea cuando dice: “cuando hablamos de representación política, casi siempre hablamos de individuos actuando en un sistema representativo institucionalizado, y es bajo el escenario de este sistema en su conjunto cuando su acción constituye representación, si así lo hacen” (p. 225).

[10] Lewis Carroll, Through the Looking Glass (Londres: Hart-Davis, MacGib, [1871] 1972), p. 81. [A través del espejo]

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El artículo original se encuentra aquí.

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