En busca de la felicidad (2)

HORIZONTES
(Libros clásicos para el siglo XXI)

Antoine de Saint-Exupery (1900-1944) nació en Lyon, Francia, y falleció en un accidente de aviación durante la Segunda Guerra Mundial. Hace algunos años se encontraron los restos de su avión no lejos de la costa. Escritor y piloto, se le conoce más por su delicado sentimiento literario acompañado de atractiva y atinada prosa. En 1943 se publica El Principito, su obra más conocida. En mi opinión, el libro trata sobre el hombre en busca de felicidad. A lo largo de sus páginas –que por cierto no son muchas– se alcanza a percibir la huella de su peculiar comprensión del ser humano en sus diversos pero significativos intentos por ser feliz.

Precisamente deseo comentar brevemente un libro clásico de nuestra época en su esmero por revelar la dimensión de la felicidad humana. El Principito refleja, en cierto modo, el deseo de todos por ser felices y las tentativas realizadas para aferrarnos a un efecto tan huidizo, tan significativo, pero con frecuencia tan ausente en la vida cotidiana.

Hasta el día de hoy que garabateo estas líneas, al preguntar a infinidad de interlocutores ¿quieres ser feliz?, las expresiones nunca rememoran ignorancia ya la par que coincidieron en su naturaleza. Generalmente las contestaciones son del siguiente tenor: ¡Claro que sí, por supuesto! Sobra decir que nunca escuché una respuesta contradictoria.

El libro cuenta que El Principito se encontraba en la región de los asteroides 325 a 330, y para ocuparse en algo decide ir a visitarlos.

El primer asteroide estaba habitado por un rey que “no era sólo un monarca absoluto; era, además, un monarca universal”, y tenía todo el poder y la ciencia que precisa un gobernante. Pero no era feliz.

El segundo asteroide estaba habitado por un vanidoso. En cuanto vio al Principito, pensó: “—¡Ah! ¡Ah! ¡Un admirador viene a visitarme! […] yo soy el hombre más bello, el mejor vestido, el más rico y el más inteligente del planeta”. Y tampoco era feliz.

En el tercer planeta vivía un bebedor que bebía para olvidar que bebía, pues le daba vergüenza beber. Al Principito le pareció muy extraño.

En el cuarto asteroide vivía un hombre de negocios que poseía 500 millones de estrellas. Era dueño de todas ellas, pero no era feliz, aunque cada día contaba nuevas posesiones que se sumaban a su tesoro.

Así, sucesivamente, recorrió cada uno de los asteroides y no encontró a un hombre feliz. “¡Qué extraños son los adultos!», pensó El Principito.

…Por ahora detengo la narración para animarte a leer el libro.

Breve reflexión sobre el goce y el contento

Mientras vivimos, no lograremos ser plena y absolutamente felices. Siempre florecerá cierto agrado relativo, pasajero, más o menos duradero. Desde luego, se atrapan momentos de contentillo por la posesión y uso de bienes materiales e intelectuales, pero de los cuales ninguno, pero indudablemente ninguno, se trasladará con nosotros al otro mundo. Todos los bienes creados, externos e internos al ser humano, terminan por desaparecer, se pueden disipar mientras vivimos, y aun poseyéndolos, no nos hacen más felices por temor a perderlos. Los bienes materiales e intelectuales son necesarios, pero sólo son medios para… no son fines en sí mismos.

Me parece buena empresa considerar la necesidad de aspirar no a bienes insuficientes, sino a bienes imperecederos, bienes espirituales, que no se puedan malograr una vez conseguidos.

La travesía de El Principito por los siguientes asteroides –tópico del próximo artículo– muestra detalles pequeños pero significativos sobre la incursión de Saint-Exupery en su generosa indagatoria acerca del bien que conduce a la felicidad. Y junto con el ser humano, se muestra de manera indefectible el impacto de esa realidad ineludible tanto en la familia como en la sociedad; en el trabajo, en el buen gobierno y en las realidades ordinarias del dia a dia.

Vale la pena el esfuerzo y el desafío presentado para desentrañar el enigma con el cual convivimos y perseguimos de manera necesaria. No es un asunto médico, filosófico o sociológico. Es una contienda de índole teológica, espiritual, como suelen ser los verdaderos problemas que afectan al ser humano.

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Rubén Elizondo Sánchez

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